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dagogo  que  transformó  las  obsoletas instituciones educativas
         francesas y, por último, bajo la bandera de Napoleón, en un hom-
         bre de Estado, ministro y canciller del Senado.
             A continuación, nos ocuparemos de la gran obra que escribió
         durante los años revolucionarios: la Exposición del  sistema del
         mundo. Este tratado de alta divulgación ofrece el estado de la cues-
         tión sobre el conocimiento del mundo celeste en la época y,  ade-
         más, proporciona una coajetura más que razonable sobre el origen
         del sistema solar: la hipótesis nebular. Los sucesivos volúmenes de
         su monumental Mecánica celeste recogerían los resultados que al
         respecto iría cosechando durante más de veinticinco años.
             También nos detendremos en su otra gran obra de divulga-
         ción: el Ensayo filosófico sobre las probabilidades. En ella sienta
         los cimientos de la teoría moderna de probabilidades y,  en espe-
         cial, formula la archiconocida regla de Laplace para el cálculo de
         la probabilidad de un suceso. La probabilidad era el núcleo de su
         concepción del conocimiento. Aunque la distinción aristotélica
         entre los cielos y la tierra ya no estaba vigente, solo la ciencia del
         cielo, en cuanto mecánica celeste, había seguido el seguro canüno
         de las matemáticas. Laplace concebía la probabilidad como una
         herramienta fundamental para matematizar también los fenóme-
         nos terrestres.
             Por último, se tratarán los años del declive. Este hijo rebelde
         de la Revolución supo acercarse en el momento oportuno a la
         corte borbónica restaurada. En sus últimos años, Laplace recibió
         honores y condecoraciones. Y,  lo que más nos interesa, fundó
         una influyente escuela de matemáticos, encargada de continuar
         el programa de matematización de toda la física siguiendo el mo-
         delo  del maestro.  La escuela laplaciana comenzó a  aplicar al
         mundo terrestre la misma forma matemática de proceder en
         el mundo celeste. Una senda que hoy día, para bien y para mal,
         aún seguimos.
             Pero la buena estrella irá poco a poco apagándose, y sus dis-
         cípulos pasarán grandes apuros para continuar el proyecto. Con
         la muerte de Laplace desaparecía el legislador de la vida cientí-
         fica francesa durante casi medio siglo.  No  obstante, su legado
         -aunque con luces y sombras- sigue vivo en nuestro presente.





                                                          INTRODUCCIÓN        11
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