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como un todo era una de las aplicaciones más sencillas e inme-
                     diatas de la nueva revolucionaria teoría.  Un  universo ideal,  al
                     menos en la mente del joven Einstein como filósofo, y la de algu-
                     nos predecesores, era un universo finito en el tiempo, pero esta-
                     cionario y estático, es decir, eterno, siempre igual a sí mismo y
                     sin movimiento.
                         Es interesante darse cuenta de que en el universo primero
                     de Einstein hay una aplicación rigurosa de sus propias fórmulas,
                     pero también hay una idea preconcebida. La concepción de que
                     el universo sea estático y eterno no se deduce de las ecuaciones.
                     Es una preconcepción de carácter filosófico.  De hecho, aunque
                     probablemente Einstein no se preocupara por ello, estas ideas
                     filosóficas ya fueron expuestas con toda claridad por el griego
                     Aristóteles (384-322 a.C.). El universo de Aristóteles era también
                     eterno y estático, y nos volvemos a topar con estas ideas frecuen-
                     temente en la historia de la filosofía.
                         Sin embargo, esta idea preconcebida de Aristóteles era difícil
                     de mantener como hipótesis científica antes de la relatividad ge-
                     neral, imposible de compatibilizar con el llamado «principio cos-
                     mológico». Este principio nos dice que el universo es homogéneo
                     e isótropo. Es homogéneo, es decir, todos los puntos del universo
                     son equivalentes; y es isótropo, es decir, todas las direcciones son
                     equivalentes.
                         El principio cosmológico es filosóficamente muy atractivo. Vi-
                     vimos en un punto cualquiera del universo porque todos sus pun-
                     tos son equivalentes. Y estamos prácticamente forzados a asumir
                     este principio porque si partimos de que nuestro lugar de obser-
                     vación es excepcional, mal podremos saber cómo es el universo.
                         Pero si todos los puntos son equivalentes, un universo finito
                     en el espacio sería inconcebible. En él habría un centro y unos
                     bordes y clásicamente no se puede entender que centro y bordes
                     sean equivalentes. Un observador en el centro vería galaxias por
                     igual en todas las direcciones; un observador en el borde vería ga-
                     laxias en un hemisferio y ninguna en el otro. Clásicamente, pues,
                     el universo del joven filósofo Einstein no tenía sentido.
                         Pero la relatividad general suprimía este inconveniente. De-
                     bido a que el espacio podía ser curvo, era concebible un universo





          122        LA HOMOGENEIDAD DEL UNIVERSO
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