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lencia de dos guerras mundiales y por su fama y su prestigio social.
Hubble es ya un profesional de la investigación de nuestros días.
Es cierto que sus descubrimientos perturbaron la filosofía y
la comprensión del universo, pero esta perturbación no solía co-
rresponder a la de su propio rostro. Hubble apenas participó, ex-
presamente, en la controversia que él mismo desató: el big bang.
Esta polémica saltó por encima de la frontera de la astronomía,
afectando incluso a la filosofía y a la teología, pero él no quiso
franquear estas fronteras.
Además, como científico actual, su labor está muy entrelazada
y enmarañada con la de otros eminentes científicos de su tiempo y
también con la de otros menos conocidos. Se basa en resultados
ligeramente anteriores de sus colegas contemporáneos, provoca
nuevas observaciones y nuevas teorías llevadas a cabo por ellos,
y se aprecian codazos sobre la primacía de algunos trabajos, tal
como ocurre hoy en día. La labor de Hubble descuella por encima
de otros resultados de su tiempo, sí, pero no está aislada, es la
obra de muchos.
De especial importancia es la interrelación entre teoría y ob-
servación. Puede decirse que los teóricos, en el caso que nos ocupa,
iban algo por delante, debido a que Einstein había aportado recien-
temente la herramienta mental para pensar sobre el universo: la
relatividad general. Entre varios científicos -no demasiados- es-
cribieron una de las páginas más admirables de la historia de la
humanidad. Hubble, cuya labor se circunscribió en lo fundamental
a la observación, conoció personalmente a la mayoría de ellos y,
aunque sus conversaciones fueron breves, resultaron determinan-
tes. Como ocurre en la actualidad, el constante examen de lo que
otros hacen lleva a una interconexión tan estrecha que luego es
difícil reconocer el mérito de cada uno, a pesar de tener constancia
escrita en revistas especializadas, con fechas muy precisas.
Era una época en la que la teoría se fraguaba mayormente en
Europa y la observación y la experimentación sobre todo en Nor-
teamérica. El Atlántico vio cómo grandes científicos de ambas in-
clinaciones lo surcaban con frecuencia. Esos viajes duraban unos
once días, eran en barco, no en avión, pero casi todos presentían
que la información de las revistas no bastaba. Había que verse, era
INTRODUCCIÓN 9