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La desaparición de uno de los contendientes no acabó con la dis-
puta, pues los principales paladines de ambos bandos seguían
vivos. Entre ellos Newton, que vivió todavía diez años más, los seis
primeros con la disputa como primera preocupación.
EN LA ABADÍA DE WESTMINSTER
Esta biografía empezó en un café de Londres y termina en un tem-
plo de la misma ciudad: la abadía de W estminster. La abadía está
atestada de tumbas y monumentos fúnebres de famosos personajes
británicos: más de 3 300 afortunados, si se nos permite la expresión,
están allí enterrados, o conmemorados: poetas, políticos, aristócra-
tas, científicos, militares, reyes, etcétera.
«La naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche.
Dijo Dios "¡Hágase Newton!", y todo se hizo luz.»
- EPITAFIO PROPUESTO POR ALEXANDER POPE A LA MUERTE DE NEWTON,
QUE FINALMENTE FUE RECHAZADO.
Isaac Newton, «aquel que en genio sobrepasó a la clase hu-
mana», el que fue súmmum para Gauss, es uno de ellos; también
están enterrados en Westminster su sobrina, Catherine, y el marido
de esta, y, algo más alejado, lord Halifax, que tan buenos ratos pasó
conversando con Catherine. El porte y la prestancia de la tumba de
Newton dan buena idea de la estima con que sus conciudadanos lo
recuerdan. Otros de los allí homenajeados lo son de forma manifies-
tamente más modesta; es el caso de Edmund Halley, que tiene una
placa en forma de cometa donde se refieren algunos de sus logros
científicos. Y hay aún otros que apenas merecen más mención que
un azulejito de esos que en muchos lares recuerdan la altura alcan-
zada por las aguas en una inundación: es el caso de Robert Hooke,
recordado desde 2005 en la abadía con una baldosa negra en la que
está escrito su nombre y el año de su muerte. Por no dejar sin refe-
rir la correspondiente información sobre el tercer y último conter-
160 AL FRENTE DE LA CIENCIA INGLESA