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potencia y generalidad del álgebra al estudio y la resolución de
                     problemas geométricos. Sin olvidar, por supuesto, el uso sistemá-
                     tico que los matemáticos del siglo XVII hicieron de los infinitesima-
                     les para calcular áreas, tangentes a curvas o centros de gravedad.
                         Sin embargo, fue la astronomía la ciencia que más profunda-
                     mente sufrió los efectos de la revolución científica. Todo el edi-
                     ficio  astronómico y cosmológico griego, perfeccionado por los
                     árabes, se vino abajo cuando el astrónomo polaco Nicolás Copér-
                     nico afirmó que, para explicar cómo funciona el sistema planeta-
                     rio, era mejor una Tierra en movimiento alrededor del Sol que una
                     inmóvil en el centro del universo. Y por más que nuestros sentidos
                     parezcan indicarnos que la Tierra no se mueve, por más que la
                     Biblia avale tal seguridad, por más que toda la tradición griega,
                     encabezada por el venerado Aristóteles y  el no menos reveren-
                     ciado Ptolomeo, hubiera levantado un formidable edificio sobre la
                     hipótesis de la inmovilidad de la Tierra, la idea copernicana se fue
                     abriendo camino poco a poco hasta convertirse en la base sobre
                     la que erigir un nuevo sistema astronómico.
                         A su vez, el modelo de hacer ciencia empezó también a cam-
                     biar. Frente a las puras disquisiciones teóricas, argüidas a la som-
                     bra del respeto a la autoridad científica de los maestros clásicos o
                     los escolásticos medievales, se empezaron a valorar la función
                     esencial que en ciencia tiene la experimentación y la necesidad de
                     que los desarrollos teóricos fueran avalados por datos experimen-
                     tales. En contraste con el científico crédulo ante la labor de los
                     maestros se empezó a imponer la figura del científico escéptico,
                     postulada en los escritos de Francis Bacon:  el nuevo científico
                     comprobaba una y otra vez las aseveraciones de sus maestros me-
                     diante la observación y la experimentación.
                         La facilidad para el cálculo numérico que propició el sistema
                     indio-arábigo de numeración allanó el camino a otro de los cam-
                     bios científicos fundamentales:  la creciente importancia de  lo
                     cuantitativo, frente  al tradicional predominio de lo  cualitativo.
                     Nada mejor para ejemplificar este cambio que los estudios de Ga-
                     lileo sobre la caída de los graves. A la pregunta de qué hace que
                     un cuerpo caiga -único objeto de interés de la física aristoté-
                     lica-, Galileo añadió otras de índole más práctica y susceptibles






          8          INTRODUCCIÓN
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