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¿Cómo decirle adiós al lugar que me deja recuerdos inolvidables y me llenó de tantas
sonrisas durante 14 años? Con toda sinceridad, no sé. Podría empezar agradeciendo
a mi familia que fue mi principal motivación durante este camino. Principalmente
quiero agradecerle a mi hermano menor porque fue mi motivación para seguir
adelante y poder darle un buen ejemplo. A mi papá, darle gracias por la disciplina y
valores que me ayudaron a formar la persona que soy hoy. A mi mamá, por el amor y
el cariño que siempre me levanta el ánimo a pesar de las circunstancias. Quiero dar
las gracias al colegio por hacerme sentir como en casa, por enseñarme la formación
basada en el servicio a los demás y por trasmitirme los valores de la espiritualidad
ignaciana. Debo agradecerles a mis profesores, pues más que la formación acadé-
mica, nos enseñan a ser personas llenas de valores. Cómo olvidar los simulacros y las
clases con el Baldor de Yeisson, el laboratorio con la Drosophila melanogaster de
María Eugenia, las charlas en clase de investigación con Santi, las clases parchadas
con Mauro Amézquita, los capítulos de Black Mirror que nos mostraba Alvarito, los
“truquinis” de Fercho, el instinto maternal de Luzda, las articuladas y el refuerzo volun-
tario de Godoy, las historias de Carlitos, el concurso y los chistes de Muñe; simples
actos que hicieron los profesores para que el ambiente escolar fuera mejor. A mis
amigos, gracias por siempre ser un apoyo incondicional, por las risas y todo lo que
vivimos, quedan muchos momentos que serán guardados para toda la vida y mil
historias para contar. A la promoción 2020, mi gratitud por todos los recuerdos que
me llevo de las fiestas y por enseñarme el verdadero significado de hermandad.
Aún sigo sin creerme que se acabó esta etapa, eso me da mucha nostalgia, pero de
igual manera me voy feliz, porque me gradué como Ignaciano.