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Realmente es difícil concebir algo que escribir que no me parezca patético
después de un tiempo, sin embargo, me reconforta el hecho de que pocos
van a leer el anuario en un par de años y tal vez ninguno lea lo que aquí está
escrito. Mi interior se regocija por terminar esta etapa de mi vida, que no ha
sido en absoluto molesta, por el contrario, me dio todo lo necesario para
enfrentar la excitante incertidumbre del futuro.
Recuerdo perfectamente las llegadas del transporte escolar al patio del cole-
gio de menores, que a los ojos de un niño resulta enorme, junto a ese sol
cuyos rayos le dan una tonalidad azul y una sensación de frescura a ese
episodio de mi memoria. La inconfundible melodía que resonaba en los
parlantes a la hora de volver a clase, similar a Penny Lane de los Beatles, hasta
el día de hoy no he podido averiguarlo. Ahora, lo último que recuerdo del cole-
gio hasta este último año, es ese viernes 13 de marzo que nos fuimos y nunca
supimos que no volveríamos.
La institución fue el espacio en el que me convertí en lo que soy y en el que
conocí amigos y profesores que siempre llevaré en el alma. Me voy eterna-
mente agradecido por haber recibido lo que considero más valioso, la inmen-
sidad de valores y en especial el deseo de servir, que desde pequeños nos
inculcó el colegio. Definitivamente, fueron 14 años inolvidables.