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lo que parecía coronas, y lo rodeaba una cenefa de hojas de acanto.
El centro era un gran rosetón con tres coronas entrelazadas. Los
niños se dirigieron rápidamente al centro y empezaron a empujar
todas las baldosas que componían el dibujo central hasta que, al
presionar una de ellas, sonó un clic y se desplazaron dos losetas.
Rocío, que estaba abajo, escuchó los clics que provenían del suelo
y supo que los niños habían encontrado algo más. Subió rápida-
mente las escaleras y se asomó al salón. El haz azul le indicaba
donde se encontraban los niños, y fue en busca de ellos. Rocío no
daba crédito cuando entró al receptáculo por la alacena desplaza-
da. “Parece un oratorio”, pensó. En estas casas señoriales, no era
raro ver pequeñas capillas u oratorios donde los dueños rezaban
sus plegarias.
—¿Habéis descubierto algo interesante? —preguntó con entu-