Page 11 - VARIAS INTERESANTES LECTURAS
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En los años setenta, la decadencia de la vejez los encontró dependiendo tanto uno del

            otro como detestándose. Cansada de vivir en un happening permanente, Gala se había

            retirado al Castillo de Púbol, Según Gibson, ella le daba anfetaminas y sedantes que le

            crearon una dependencia y acrecentaron su personalidad paranoica (AFP)



            Los relatos sobre sus años finales son dramáticos. Gala también tomaba pastillas y Dalí

            temía morir intoxicado. En una de sus últimas salidas públicas se enfrentaron en un

            restaurante porque el pintor se negaba a comer una langosta por miedo a que estuviese


            envenenada. Entonces, Gala le arrancó el bastón y lo sacó a golpes a la calle. En otro

            incidente que nunca terminó de esclarecerse, Gala cayó por las escaleras mientras

            peleaban y se rompió dos costillas. Dos días después, resbaló en la bañera y se quebró el

            fémur. Pero ante la consciencia de la cercanía de la muerte, hizo un testamento en el


            que dejó todos sus bienes a Salvador y nada a su hija. También habría llamado por

            teléfono a Amanda Lear, a quien le suplicó: “¡Júrame que si me muero te casarás con

            Dalí!”.




            Si bien no lo hizo, la modelo fue una de las pocas que siguió visitando al artista en el


            Castillo de Púbol y luego en la Torre Galatea, a donde se mudó tras la muerte de Gala en

            junio del 82. Solo, enfermo y recluido, se negaba a tomar la medicación y a comer,

            era alimentado por sonda y arañaba a las enfermeras. “Lo vi por última vez en 1983


            y me dejó una imagen patética y trágica: rodeado de manos rapaces que, con la excusa

            de protegerlo, lo habían aislado del mundo y de sus amigos”, cuenta Lear en sus

            memorias. El pintor la recibió a oscuras; aquella mente brillante ya estaba en otro


            mundo.




            Murió el 23 de enero de 1989. Por 84 años había llevado una máscara: hasta pidió ser

            enterrado con su bigote característico perfectamente peinado. Si Orwell decía que el

            valor de su autobiografía era mostrar cuán perverso había deseado ser, más allá de


            cualquier fantasía, su obra permanece como legado tangible de la búsqueda de huir de la
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