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Hewitt/Getty Images)
La misión de Lozano era buscarle amantes jóvenes a Gala y material masturbatorio a
Dalí: “Gala participaba, con sus jóvenes amigos, a los que podía cuadriplicar la
edad. La masturbación, el voyeurismo, o cualquier forma de autosatisfacción sexual
sin coito eran, para Dalí, el súmmum”. También lo eran las vírgenes a quienes –
describe sin pudores Lozano–, “Dalí santiguaba con su propio semen tras excitarse
mientras éstas despedían su pureza”. El propio artista hablaba abiertamente de sus
preferencias en entrevistas de la época, en las que declaraba: “Nunca hago el amor con
nadie que no sea Madame Dalí. Evito siempre los contactos. Un poco de voyeurismo,
acompañado de masturbación, me es suficiente. Con eso ya disfruto y de sobras”.
La apertura sexual no se daba sin celos: Gala tenía amantes y Dalí era mucho más
demandante de lo que había sido Eluard; sufría cuando ella se obsesionaba por
jóvenes actores. Además los dos necesitaban que “Avida Dollars” siguiera siendo una
máquina de hacer dinero. “Todo estaba muy controlado por Gala; ella dirigía el
programa –relata también Lozano– Dalí estaba loco, pero no se le permitía estar loco
todo el día: trabajaba a menudo 14 horas diarias”.
En los años setenta, la decadencia de la vejez los encontró dependiendo tanto uno del
otro como detestándose. Cansada de vivir en un happening permanente, Gala se había
retirado al Castillo de Púbol, un regalo de su marido al que no tenía acceso sin previa
invitación de ella. Mientras crecía el injusto mito de que si Dalí se había distanciado de
muchos de sus amigos del arte o se había vuelto comercial o incluso loco, era culpa de
“la vieja bruja Gala” a la que solo le había importado ser rica y famosa, el bloque
infranqueable que habían sido durante cincuenta años parecía quebrarse hasta el límite
de la violencia más cruel. Según Gibson, ella le daba anfetaminas y sedantes que le
crearon una dependencia y acrecentaron su personalidad paranoica.