Page 5 - VARIAS INTERESANTES LECTURAS
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aberración tanto como pueda aborrecerla usted. Pero considero a la escatología como un

            elemento de terror, igual que la sangre o mi fobia por las langostas”. Después le contó


            que su padre, respetado escribano de Figueres, había llegado un día a su casa diciendo

            que “se había hecho encima”, y que tal vez la referencia en su obra provenía de ahí. Le

            confesó que le recordaba a una niña de su pasado y la bautizó “Galushka redivida”.


            Finalmente conmovida por su sinceridad, Gala le anunciaría, como una

            promesa: “Niñito, tú y yo no nos separaremos nunca”.




            En Dali Parlat (Dalí Hablado), el libro que recoge las entrevistas que el periodista

            barcelonés Lluís Permanyer mantuvo con el pintor en 1962, 1972 y 1978, dice que, sin


            embargo, en aquellas primeras semanas, no tuvieron relaciones sexuales: “Besé sus

            labios que se entreabrieron. No había besado así, profundamente, e ignoraba que

            pudiera hacerse. De un solo impulso, todos mis parsifales eróticos despertaron bajo las


            sacudidas del deseo en mi carne durante tanto tiempo tiranizada”.




            Salvador Dalí y Federico García Lorca in Cadaqués. Entre ellos, la amistad fue más allá:

            la suya fue una historia de amor atormentada a la que solo puso fin el asesinato del poeta

            en 1936 (Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images)


            La sexualidad de Dalí, tratándose de un admirador de Freud como era, da para un tratado


            en sí mismo. Según declaró en una entrevista con Playboy en los años sesenta: “Le tenía

            un miedo fantástico al sexo. Tenía miedo de ser impotente, porque leí un libro erótico

            que hablaba de la costumbre española tan brutal de hacer el amor, no por delante sino


            por detrás, y dice que la mujer produce un ruido como si rompieras una sandía. Sentí que

            era imposible que yo pudiera provocar ese ruido y esto me creó un complejo de

            impotencia. Pero después descubro que no soy impotente”. A Permanyer le contó,

            además de lo de la sandía, que había descubierto que su pene era bastante más


            pequeño que el de los demás, a lo que se sumaba un atroz temor a contraer

            enfermedades venéreas y, por lo tanto, al contacto físico. En su primera visita a París,
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