Page 3 - VARIAS INTERESANTES LECTURAS
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la perversión del instinto”. No importaba, decía el autor de 1984, si esa perversión de
Dalí era real o imaginaria, porque, en definitiva, hablaba de lo que habría deseado ser.
“Dalí es incluso, según su propio diagnóstico, un narcisista, y su autobiografía es
simplemente un acto de strip-tease. Tiene valor como registro de la fantasía y de la
perversión del instinto”, dijo George Orwell (Télam)
En sus memorias, el hombre que hizo una marca de su coqueteo con la locura (“la
única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco”, decía) y de su famoso
bigote “a las diez y diez”, aseguraba, sin que nada de eso pudiera probarse, que a los
cinco años había empujado a un niño desde lo alto de un puente colgante y a los seis
le había dado una “patada terrible” en la cabeza a su hermanita de forma
premeditada, “como si fuera una pelota”.
Esa crueldad sin fundamento se sostendría en el tiempo, especialmente contra las
mujeres: sus biógrafos coinciden en que le tenía aversión al sexo y a los genitales
femeninos y en que, hasta que conoció a Gala, solía cultivar vínculos con quienes lo
admiraban, solo para sentirse después asqueado por ellos. Por ejemplo, jugó durante
cinco años con una chica que estaba enamorada de él, y a la que excitaba con besos y
caricias, pero con la que se negaba sistemáticamente a consumar la relación.
El mismo admitiría que cuando conoció a Gala –en realidad, Elena Ivánovna
Diákonova–, era virgen. El tenía 25 años, ella, diez más, y llevaba 17 de un matrimonio
con el poeta Paul Eluard que rompía todas las convenciones del momento y que sería
transgresor incluso en nuestros días: libre, creativo, apasionado, poliamoroso y con una
hija, Cécile, a la que aquella sofisticada soviética no tenía intenciones de cuidar. Dalí
dijo ver en ella “un efebo femenino” cuando la pareja llegó con Cécile a Cadaqués en
el verano de 1929.