Page 7 - VARIAS INTERESANTES LECTURAS
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en su nueva musa y compañera y llegó a vivir en Cadaqués con el visto bueno de Gala

            (Gianni Ferrari/Cover/Getty Images)



            Los traumas de los que hablaría con Gala se completaban con los miedos y la represión

            propia de haber sido educado en una típica familia burguesa catalana de principios del


            siglo XX. Permanyer también llegaría a preguntarle en sus entrevistas, “¿Por qué

            siempre habla de sodomizar a Gala?”, a lo que Dalí respondería: “Es lo que más me

            seduce. He de manifestarle que a mí los pechos y el sexo femenino no me interesan. Me

            interesa el culo. Porque el culo es un agujero claro, limpio y sé lo que allí hay. En


            cambio en el sexo femenino hay labios, clítoris… confusión. Uno se extravía… Además

            por ahí nacen los niños. Jamás ha salido nadie por el ojo del culo”. (sic)




            ¿Quién fue Gala entonces en la vida de Dalí? “La mujer que le permitió ir por la

            vida como si fuera heterosexual”, dice Gibson. Alguien de quien “dependía como un


            niño y lo cuidaba a su vez como una madre”, dice la escritora Monika Zgustova, autora

            de La intrusa: Retrato íntimo de Gala Dalí. Pronto comenzó a ejercer como

            intermediaria de su obra, casi como una marchand que se ocupaba del dinero (de la


            misma manera que había impulsado antes la carrera de Eluard), pero su papel iba mucho

            más allá. “Ella no era sólo una modelo pasiva, una musa: decidía cómo quería salir en

            el cuadro, se disfrazaba de lo que quería –dice su biógrafa, Estrella de Diego–. Aquello

            fue un proyecto común. Ella era su propia obra y construía la mirada de Dalí, cosa


            que él reconoció firmando como ‘Gala Salvador Dalí’. Más que coautores, eran el

            personaje a dos que se inventaron”.




            Sobre todas las cosas, Gala estaba ahí para cubrir la incapacidad social de Salvador, sus

            ataques de ansiedad, su tener que sentarse en la última fila del cine por si tenía que salir


            corriendo, todo aquello que hacía que solo pudiera salvarse si aparecía en público detrás

            de un personaje: el del loco pintor surrealista.
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