Page 168 - Donde termina el arco iris
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CECELIA AHERN Donde termina el Arco Iris
me envuelva por completo.
Tras una reunión muy frustrante con el director de mi banco regresé a casa de
Brian el Llorica muy desanimada, enfadada e insegura sobre mi futuro. No estaba de
humor para conversaciones ni compañías, pero tuve que sentarme en la sala de estar
con Brian y sus padres, que habían venido desde Santa Ponsa, para comentar el
inminente encuentro con Katie con el que pasarían a formar parte de la vida de mi
hija. Yo estaba cansada y me sentía débil, y la idea de que Katie fuera a tener una
nueva pareja de abuelos —más personas relacionadas con su vida a quienes tendría
que haber conocido, pero no conoce— acabó de colmar el vaso. Total, que aún me
enfadé más al pensar que durante todos estos años yo sabía muy bien quiénes eran
ellos, ellos sabían quién era yo, se cruzaron conmigo por la calle varias veces durante
mi embarazo, luego lo mismo cuando Katie nació, habían oído rumores de que era la
hija de Brian y, sin embargo, nunca se tomaron la molestia de ponerse en contacto
conmigo ni me ofrecieron ninguna clase de ayuda. Lo último que supe de ellos fue
que habían vendido su casa y se habían mudado a España porque el clima aliviaría la
artritis de la señora Llorica.
La conversación fue acalorada, no salió demasiado bien que digamos, de modo
que me disculpé y me largué.
Naturalmente, no tenía adónde ir, de manera que estuve vagando por las calles
durante siglos y efectué un balance de mi vida. Al cabo de un rato decidí que odiaba
mi vida junto con todos los que formaban parte de ella (ya lo sé, ya lo sé: otra vez), y
visto que Katie estaba a salvo en casa de Toby y que Brian el Llorica tenía compañía,
me encaminé al pub más cercano para ahogar mis penas.
Lo cierto es que era un bar espantoso, pero como estaba tan disgustada me dio
lo mismo. Lo único que vi fue un camarero simpático y dos asesinos en serie
enfrascados en una conversación al final de la barra. Total que el camarero se dio
cuenta de que estaba fatal, y esto te sonará a película, pero el tío me preguntó qué me
pasaba y su preocupación me pareció sincera. Le conté que Greg había arruinado mi
vida. (Tras un proceso de eliminación, había llegado a la conclusión de que era el
verdadero culpable.) Se lo conté todo de un tirón, Ruby, todo: el plantón de Alex en el
baile de debutantes, Brian el Llorica, el nacimiento de Katie, que no fui a la
universidad, la boda de Alex, que conocí a Greg, que me casé con Greg, que Greg me
engañó, cómo perdí mi ascenso, que Greg me volvió a engañar... Le conté lo de todas
las aventuras de Greg y sus mentiras al decirme que tenía que asistir a congresos y
que como era director de banco creía sinceramente que debía ir a todas esas
conferencias.
De repente los otros dos tíos que estaban al final de la barra se interesaron
mucho por mí, vieron lo disgustada que estaba y me invitaron a un montón de copas.
Eran unos tíos enormes, Ruby, de más de metro noventa y tan musculosos que
parecían levantadores de pesas, con la cabeza rapada, y uno de ellos llevaba un
tatuaje de una cabeza cortada en el brazo, ¡pero eran encantadores! Estaban muy
preocupados, me hacían un montón de preguntas, me daban pañuelos de papel
cuando lloraba y me dijeron que encontraría a alguien mejor que Greg. Yo no daba
crédito, Ruby. Hasta tuvieron la amabilidad de acompañarme a casa en coche y
asegurarse de que llegaba sana y salva porque no estaba en condiciones de caminar.
Les enseñé la casa de Greg cuando pasamos por delante y se mostraron muy
interesados y los tres le hicimos el gesto de mandarlo a tomar por el culo. Unos tíos
estupendos. Me demostraron que las apariencias engañan. Bueno, me duele tanto la
cabeza que tengo que dejar de escribir, pero anoche comprobé que al menos aún
quedan unos pocos hombres generosos en este mundo y que no todos van a la suya.
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