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lleva un pronóstico sombrío. Habían pasado veintiún minutos desde el                      que es necesario aceptarla en nuestros días; pero al final la satisfacción
            inicio de todo el cuadro, tiempo suficiente para poder catalogar la muerte                de haber hecho hasta lo imposible por salvar una vida es lo que me ha
            cerebral. Silencio y a tomar nota del momento en que se dio el trágico                    dado la fortaleza diaria para seguir adelante, perseverando en la lucha
            deceso.                                                                                   por la vida.
               Sentí un vacío en el alma; quizás mi memoria no es tan clara a partir
            de aquí, talvez sea una forma de defensa, echando al olvido lo que en                                                        Autor: Md. Luis Rene Puglla
            cierto momento fue motivo de tristeza. Recuerdo ver desmoronarse mi
            espíritu de estudiante y aprendiz; conocía muy poco tiempo a aquel niño
            y su familia, sin embargo, sentía que las conexiones que habíamos for-
            mado en ese corto lapso eran mucho más fuertes que las que se ganan en
            algún otro lugar. Pasaban por mi cabeza las imágenes de aquel ingreso,
            de la fe que se veía a diario en esos padres por la salud de su hijo, de la
            esperanza que teníamos puesta para que aquella pequeña vida, siguiese
            su trayecto.
               Frente a mis ojos, se desmoronaba también la residente. Nunca se
            está preparado para notificar la muerte de un ser querido y mucho menos
            la de un hijo; pero un médico debe hacerlo. Encima de la abrumadora y
            extensa carga teórica para paliar todo tipo de patologías, debe aprender
            a lidiar con esa carga emocional. De inmediato, se dio a conocer todo
            lo acontecido a los padres, que, en un mar de lágrimas y gritos, se arro-
            dillaron junto a la camilla donde yacía su primogénito. Ver a un padre
            desvanecerse del dolor y sufrimiento, junto a la impotente sensación de
            haberlo dado todo, aunque resulte insuficiente, es algo que se adhiere a la
            piel, al corazón y a la memoria y no sé si logre superarlo por completo.
            Es duro ver que la muerte arranca la vida de alguien y más de una criatura
            tan pequeña; sin embargo, aquella experiencia vivida, fue la que me ayu-
            daba a formar el carácter, me hacía crecer como médico y como humano.

               Recuerdo la frase de René Leriche  : “Cada cirujano lleva dentro de
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            sí, un pequeño cementerio, donde de vez en cuando va a orar. Un lugar
            de amargura y pesar, en el que debe buscar una explicación para sus
            fracasos”, y a pesar de no tener tantos años de experiencia en medicina,
            entiendo la profundidad de esas palabras. Aquella, fue una de las noches
            que cambió mi vida, en la que aprendí que ser médico, también es lidiar
            con la muerte, y con veintitrés años, me di cuenta de que llevo, y lle-
            vamos, una profesión a veces dramática y fuerte.

               Las historias, experiencias y anécdotas que se viven a diario en la pro-
            fesión, alimentan el carácter, nos hacen fuertes por fuera y sensibles por
            dentro. La gran enseñanza de aquella noche para mí fue aprender a lidiar
            con los sentimientos, comprender que la muerte también está presente y


            3 René Leriche , (1879- 1955). Era cirujano y fisiólogo francés. Especialista en dolor, cirugía vascular y tronco
            simpático. Sensibilizó a muchos de los que fueron mutilados en la primera guerra mundial, fue el primero en
            interesarse por el dolor y practicar una cirugía con el menor trauma posible.
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