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EL CAMINO QUE DECIDIMOS TOMAR….
En un momento somos adultos. Despertamos, recordamos la niñez y
lo sencillo que era lidiar con el día a día: levantarse temprano para ver
caricaturas, pensar en cómo evadir la sopa de mamá, jugar en la tarde con
los vecinos y muchas más actividades. Ahora, apurados nos arreglamos,
apenas tomamos una taza de café, tal vez un cigarrillo, y vamos al trabajo
pensando en recibir un turno sin pendientes, con pacientes estables, es
decir, la guardia perfecta. Sin embargo, la ansiedad llega al recordar las
exigencias, la presión, la competencia profesional, el estrés, e inclusive
la duda sobre si la profesión vale la pena. Todo cambia cuando la sonrisa
y el agradecimiento de un paciente nos devuelve a tierra y al momento en
el que todo empezó.
Queremos ser médicos por diversas razones, algunos para ayudar,
otros por prestigio, dinero, estatus, etc., pero ¿Cuándo y por qué decidí
ser médico? Recuerdo que me entretenía con series de TV relacionadas
con medicina, me intrigaba ver los problemas a los que se enfrentaban y
cómo los resolvían, sumada a la constante necesidad de adquirir nuevos
conocimientos. Supongo que de ahí nació la idea; sin embargo, mi inse-
guridad, nerviosismo y timidez me hacían pensar que no tenía madera
para afrontar ese tipo de situaciones, pero no me cerré a la posibilidad.
Era el año 2005. Cursaba el décimo año de educación básica; en una
de las clases de biología, durante la disección anatómica de un ojo de res,
confirmé que tenía la habilidad de reconocer y recordar las estructuras
anatómicas del mismo con mucha facilidad, entre esas la esclera, túnica
vascular y retina, aún lo recuerdo, además de otras estructuras impor-
tantes. La profesora muy admirada me recomendó seguir ciencias quí-
mico biológicas en el bachillerato, pero en ese momento aun desconocía
qué quería ser de adulto. En la infancia pensaba en ser policía y abogado
al mismo tiempo, y esto supuso la base para las siguientes decisiones que
tomaría en mi vida como estudiante y profesional.
En la primera prueba de aptitud académica, mi resultado no tenía afi-
nidad con las ofertas académicas de aquel tiempo; sin embargo, la deci-
sión estaba tomada: en 2006 empezaría mi primer año de bachillerato en
ciencias químico biológicas, lo cual no fue un error y mis calificaciones
no resultaron ser un problema. No obstante, aún no tenía claro que quería
hacer de mí una vez terminada la secundaria, por lo tanto, varias profe-
siones cruzaron por mi cabeza, entre ellas medicina. No confiaba en mí,
no manejaba bien el estrés, así como tampoco era raro que presente tem-
blores, e inclusive lipotimias, en situaciones que no podía gobernar. Así,
más de uno me aconsejó que no siga medicina.
En el último año de bachillerato recibí una charla motivacional sobre
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