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CAMINO DE SERVIDUMBRE
Sin embargo, y aunque su predicción del venturoso futuro del socialismo
fue correcta, se equivocó al cabo en la forma del mismo, porque el socialis-
mo que finalmente se impuso en el mundo no fue el planificador comunista/
fascista que retrata en este libro sino una variante democrática, diferente
de la descaradamente totalitaria que bosqueja en las páginas que siguen. Es
irónico asimismo que dicha variante incorpore un intervencionismo redis-
tribuidor que el propio Hayek admite (caps. III y IX), aunque después lo
haya matizado, como puede observarse en ediciones ulteriores y también
en su crítica al espejismo de la justicia social en la segunda parte de Derecho,
Legislación y Libertad.
Esta equivocación es, de todas maneras, matizable por dos consideracio-
nes. En primer lugar, el comunismo dictatorial efectivamente se impuso
sobre un porcentaje apreciable de la población mundial, su crisis fue sólo
evidente a partir de 1989,y gozó del respaldo de políticos,intelectuales y artis-
tas mucho tiempo después de que su carácter genocida resultara innegable.
Era sumamente popular en los años treinta y cuarenta,cuando escasas voces,
como la de Hayek, tuvieron el valor de hacerle frente. También era popular,
por increíble que parezca, el fascismo, y Hayek recuerda que las recetas
económicas de Hitler habían sido ampliamente aconsejadas en Gran Bretaña
y los Estados Unidos (cap.XIII).En nuestros días puede parecer ridículo demos-
trar la imposibilidad teórica y práctica del buen funcionamiento de la plani-
ficación socialista,tarea en la que se empeñaron laboriosamente Hayek y Mises,
pero entonces no sólo no parecía ridículo sino que economistas muy desta-
cados plantearon la tesis contraria. Franklin Roosevelt es visto hoy como un
paladín de la moderación, la libertad y el sentido común, pero en la etapa del
New Deal los liberales lo tenían como lo que en realidad fue:un enemigo del
capitalismo y de la economía de mercado. El antiliberalismo campeaba, pues,
en todo el mundo, y el temor a que se tradujera en incursiones crecientes
contra las libertades ciudadanas no era un pánico irracional e injustificado.
Tampoco era ni es injustificada la batalla que libró Hayek en defensa de
argumentos cruciales para la libertad. Pensemos por ejemplo en su crítica
tocquevilliana a la restrictiva igualdad socialista y a la arriesgada ficción
de concebir la libertad como enfrentada a la necesidad y no a la coerción
(cap. II), o su rechazo a la extendida teoría autofágica según la cual el mer-
cado siempre deviene monopólico (cap. IV), o a la supuesta abnegación de
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