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CAMINO DE SERVIDUMBRE

                  Y fue Keynes,por cierto,el primero en darse cuenta de esta debilidad crucial
                  de Hayek. Aunque los keynesianos fueron en general sumamente críticos
                  con este libro, el propio Keynes escribió al autor en junio de 1944 y le dijo
                  que era «un gran libro».
                     La explicación de esta paradoja estriba en que el inglés detectó las conce-
                  siones del austriaco al intervencionismo. Bruce Caldwell nos dice en la In-
                  troducción que Hayek se tomó en serio este asunto, y en verdad cabe con-
                  cebir su importante obra posterior de defensa del liberalismo y crítica del
                  socialismo, desde Los fundamentos de la libertad hasta La fatal arrogan-
                  cia, como una serie de intentos de superar sus contradicciones y delimitar
                  esas concesiones.Por pequeñas y matizadas que fueran en Camino de servi-
                  dumbre, ahí estaban. Y esto le permitió a Keynes hacerse fuerte en la posi-
                  ción ideológica prevaleciente del último siglo, la centrista, que imagina que
                  el socialismo pleno es tan malo como el liberalismo extremo. La virtud, por
                  tanto, está en algún lugar intermedio. En el momento en que se acepta este
                  argumento atractivo y falaz, ya no se puede defender la libertad y sus insti-
                  tuciones, como la propiedad privada, en tanto que principios irrenunciables:
                  al contrario, se transforman en valores que han de ser compatibilizados con
                  otros de carácter social encarnados por el Estado. En otras palabras, reco-
                  mendar, como hace Hayek, que el Estado redistribuya, pero poco, equivale
                  a permitir que salga el genio intervencionista de la lámpara, y ya no habrá
                  forma de volverlo a meter. Si encima es un genio intervencionista demo-
                  crático, entonces encerrarlo de nuevo será negar la voz del pueblo, que en
                  democracia está genuinamente representado por el poder político,ante cuya
                  expansión no podrá plantearse argumento sólido alguno. El pueblo, como
                  decía Bentham, no puede actuar contra sí mismo, y en democracia el pueblo
                  expresa sus preferencias votando, y ya después los gobernantes gobiernan
                  en pleno estado de abnegación, de consensos y de generosa extensión de los
                  «derechos» y las «conquistas» sociales. La noción fundamental de la liber-
                  tad,que es la limitación del poder,ha desaparecido.Más aún,el hecho mismo
                  de plantearla nos convierte en sospechosos extremistas.
                     La inteligencia de Keynes le permitió entrever este proceso, y por eso le
                  anuncia a Hayek el triste destino centrista del liberalismo:si cede en sus prin-
                  cipios,no los podrá recuperar,porque nadie escuchará sus advertencias sobre
                  unos riesgos futuros que parecerán absurdos en una sociedad democrática

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