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había  roto  su  mamadera  mientras  nosotros

      jugábamos.
             Cuando encontré al pie de la cuna los vidrios
      dispersos, me invadió el pánico. Sabía que al llegar

      mi  madre  recibiría  de  ella  un  feroz  castigo.  Los
      junté y coloqué en su camino al baño para que los
      viera  y  así  pretendí  mitigar su  furia, pero  ella,  sin

      medir palabras, cortó una rama de un arbusto y se
      me  acercó  con  la  clara  intención  de  azotarme.
      Muchas          veces        había        sido       golpeado

      impiadosamente y en recuerdo de esos momentos
      hui  despavorido  hacia  el  monte  intrincado  y
      conmigo  se  fue  la  claridad  del  día.  Una  hora

      después, cobijado por la sobra de la noche
             observaba  la  casa  desde  un  árbol  distante.
      Sabía que no podía quedarme indefinidamente allí

      y de volver el castigo sería más cruento, así que fui
      a  pedir  asilo  a  mi  abuelita  que  prontamente  me
      cobijo en su hogar y prometió abogar en
             mi  favor.  Una  hora  después  llegó  mi  madre

      despotricando y la suya la puso en su lugar a base
      de  amenazas  por  sus  acciones  para  conmigo.
      Volvimos  juntos  y  durante  todo  el  trayecto  fue

      prometiéndome  los  más  delirantes  y  crueles
      castigos que se podía imaginar y que yo sabía que
      no eran meras amenazas, me salve ese día porque

      al  llegar  estaba  mi  padrastro  que  en  muchas

                                                                    94
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