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beneplácito       que      nos     ofrecía     la    ausencia

           de mosquitos, los cuales en los próximos días nos
           acosarían  con  sus  piquetes  y  ese  zumbido  que

           hería todos los silencios.
                  Nuestra  chacra,  aunque  solo  tenía  tres
           hectáreas, estaba bien aprovechada.
                  Sembrábamos  para  nuestro  consumo  y  se

           vendía  el  sobrante  de  lo  cultivado  como  maní,
           zapallo,  mandioca,  batatas,  maíz  en  sus  tres
           variedades  más  comunes  y  demás  productos.  La

           extracción del agua se hacía de un pozo aledaño al
           río,  un  rústico  antepecho  en  cercanía  a  la  boca
           hacía de un confiable brocal protector de posibles
           accidentes.  Desde  febrero  a  junio,  con  el

           algodón obteníamos           suficiente      efectivo      para
           comprar nuestras ropas y elementos diversos para

           el hogar. Y en todo tiempo cuidábamos las aves de
           corral y los cerdos.
                  Soy el único hijo de su primer matrimonio ya
           disuelto,  tenía  además  otros  hermanos  y  una

           hermanita  de  solo  un  año.  Todo  lo  acontecido
           posteriormente no fue un hecho aislado  y cuando
           recuerdo  esos  momentos  tristes  me  produce

           la misma angustia y zozobra de aquellos años. Ya
           en  muchas  oportunidades  nuestra  madre  había
           demostrado su total falta de criterio para definir un

           acto de descuido como aquel, en que la pequeña

                                                                         93
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