Page 10 - Gabriel Gacía Márquez - El coronel no tiene quien le escriba
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El coronel no tiene quien le escriba
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            correos subió a la lancha, desató el saco y se lo echó a la espalda, el coronel lo tuvo a
            la vista.
               Lo persiguió por la calle paralela al puerto, un laberinto de almacenes y barracas con
            mercancías de colores en exhibición. Cada vez que lo hacía, el coronel experimentaba
            una ansiedad muy distinta pero tan apremiante como el terror. El médico esperaba los
            periódicos en la oficina de correos.
               -Mi esposa le manda preguntar si en la casa le echaron agua caliente, doctor -le dijo
            el coronel.
               Era un médico joven con el cráneo cubierto de rizos charolados. Había algo increíble
            en  la  perfección  de  su  sistema  dental.  Se interesó por la salud de la asmática. El
            coronel suministró una información detallada sin descuidar los  movimientos  del
            administrador que distribuía las cartas en las casillas clasificadas. Su indolente manera
            de actuar exasperaba al coronel.
               El médico recibió la correspondencia con el paquete de los periódicos.  Puso  a  un
            lado  los boletines de propaganda científica. Luego leyó superficialmente las cartas
            personales. Mientras tanto, el administrador distribuyó el correo entre los destinatarios
            presentes. El coronel observó la casilla que le correspondía en el alfabeto. Una carta
            aérea de bordes azules aumentó la tensión de sus nervios.
               El  médico  rompió  el  sello  de los periódicos. Se informó de las noticias destacadas
            mientras el coronel -fija la vista en su casilla-  esperaba  que  el  administrador  se
            detuviera  frente  a ella. Pero no lo hizo. El médico interrumpió la lectura de los
            periódicos. Miró al coronel. Después miró al administrador sentado frente a  los
            instrumentos del telégrafo y después otra vez al coronel.
               -Nos vamos -dijo.
               El administrador no levantó la cabeza.
               -Nada para el coronel -dijo.
               El coronel se sintió avergonzado.

               -No esperaba nada -mintió. Volvió hacia el médico una mirada enteramente infantil-.
            Yo no tengo quien me escriba.
               Regresaron en silencio. El médico concentrado en los periódicos. El coronel con su
            manera de andar habitual que parecía la de un hombre que desanda el camino para
            buscar una moneda perdida. Era una tarde lúcida. Los almendros de la plaza soltaban
            sus  últimas  hojas  podridas.  Empezaba a anochecer cuando llegaron a la puerta del
            consultorio.
               -Qué hay de noticias -preguntó el coronel.
               El médico le dio varios periódicos.

               -No se sabe -dijo-. Es difícil leer entre líneas lo que permite publicar la censura.
               El  coronel leyó los titulares destacados. Noticias internacionales. Arriba, a cuatro
            columnas, una crónica sobre la nacionalización del canal de Suez. La primera página
            estaba casi completamente ocupada por las invitaciones a un entierro.
               -No hay esperanzas de elecciones -dijo el coronel.
               -No sea ingenuo, coronel -dijo el médico-. Ya nosotros estamos muy grandes para
            esperar al Mesías.
               El coronel trató de devolverle los periódicos pero el médico se opuso.
               -Lléveselos para su casa -dijo-. Los lee esta noche y me los devuelve mañana.

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