Page 11 - Gabriel Gacía Márquez - El coronel no tiene quien le escriba
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El coronel no tiene quien le escriba
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               Un poco después de las siete sonaron en la torre las campanadas de  la  censura
            cinematográfica. El padre Ángel utilizaba ese medio para divulgar la calificación moral
            de la película de acuerdo con la lista clasificada que recibía todos los meses por correo.
            La esposa del coronel contó doce campanadas.

               -Mala para todos -dijo-. Hace como un año que las películas son malas para todos.
               Bajó la tolda del mosquitero y murmuró: «El  mundo  está  corrompido».  Pero  el
            coronel no hizo ningún comentario. Antes de acostarse amarró el gallo a la pata de la
            cama. Cerró la casa y fumigó insecticida en el dormitorio. Luego puso la lámpara en el
            suelo, colgó la hamaca y se acostó a leer los periódicos.
               Los leyó por orden cronológico y desde la primera página hasta la última, incluso los
            avisos.  A  las  once  sonó  el  clarín del toque de queda. El coronel concluyó la lectura
            media hora más tarde, abrió la puerta del patio hacia la noche impenetrable, y orinó
            contra el horcón, acosado por los zancudos. Su esposa  estaba  despierta  cuando  él
            regresó al cuarto.
               -No dicen nada de los veteranos -preguntó.
               -Nada  -dijo  el  coronel.  Apagó  la  lámpara antes de meterse en la hamaca-. Al
            principio por lo menos publicaban la lista de los nuevos pensionados. Pero hace como
            cinco años que no dicen nada.
               Llovió  después  de la medianoche. El coronel concilió el sueño pero despertó un
            momento después alarmado por sus intestinos. Descubrió una gotera en algún lugar
            de la casa. Envuelto en una manta de lana hasta la cabeza trató de localizar la gotera
            en  la  oscuridad.  Un  hilo de sudor helado resbaló por su columna vertebral. Tenía
            fiebre. Se sintió flotando en círculos concéntricos dentro de un estanque de gelatina.
            Alguien habló. El coronel respondió desde su catre de revolucionario.
               -Con quién hablas -preguntó la mujer.
               -Con el inglés disfrazado de tigre que apareció en  el  campamento  del  coronel
            Aureliano  Buendía  -respondió el coronel. Se revolvió en la hamaca, hirviendo en la
            fiebre-. Era el duque de Marlborough.

               Amaneció estragado. Al segundo toque para misa saltó de la hamaca y se instaló en
            una realidad turbia alborotada por el canto del  gallo.  Su  cabeza  giraba  todavía  en
            círculos concéntricos. Sintió náuseas. Salió al patio y se dirigió al excusado a través del
            minucioso  cuchicheo y los sombríos olores del invierno. El interior del cuartito de
            madera con techo de zinc estaba enrarecido  por  el  vapor  amoniacal  del  bacinete.
            Cuando el coronel levantó la tapa surgió del pozo un vaho de moscas triangulares.
               Era una falsa alarma. Acuclillado en la plataforma de tablas sin cepillar experimentó
            la desazón del anhelo frustrado. El apremio fue sustituido por un dolor sordo en el tubo
            digestivo. «No hay duda», murmuró. «Siempre me sucede lo  mismo  en  octubre.»  Y
            asumió su actitud de confiada e inocente expectativa hasta cuando se apaciguaron los
            hongos de sus vísceras. Entonces volvió al cuarto por el gallo.
               -Anoche estabas delirando de fiebre- dijo la mujer.
               Había comenzado a poner orden en el cuarto, repuesta de una semana de crisis. El
            coronel hizo un esfuerzo para recordar.
               -No era fiebre -mintió-. Era otra vez el sueño de las telarañas.
               Como ocurría siempre, la mujer surgió excitada de la crisis. En el curso de la
            mañana volteó la casa al revés. Cambió el lugar de cada cosa, salvo el reloj y el cuadro
            de la ninfa. Era tan menuda y elástica que cuando transitaba con sus  babuchas  de

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