Page 24 - Gabriel Gacía Márquez - El coronel no tiene quien le escriba
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El coronel no tiene quien le escriba
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               -Dejen esa guitarra que todavía Agustín no tiene un año.
               Estalló una carcajada.
               -Es un reloj.
               Germán salió con el envoltorio.
               -No era nada -dijo-. Si quiere lo acompaño a la casa para ponerlo a nivel.
               El coronel rehusó el ofrecimiento.
               -¿Cuánto te debo?

               -No se preocupe, coronel -respondió Germán ocupando su sitio  en  el  grupo-.  En
            enero paga el gallo.
               El coronel encontró entonces una ocasión perseguida.

               -Te propongo una cosa -dijo.
               -¿Qué?
               -Te  regalo  el  gallo  -examinó los rostros en contorno-. Les regalo el gallo a todos
            ustedes.
               Germán lo miró perplejo.
               «Ya yo estoy muy viejo para eso», siguió diciendo el coronel. Imprimió a su voz una
            severidad convincente. «Es demasiada responsabilidad para mí. Desde hace días tengo
            la impresión de que ese animal se está muriendo.»
               -No se preocupe, coronel -dijo Alfonso-. Lo que pasa es que en esta época el gallo
            está emplumando. Tiene fiebre en los cañones.
               -El mes entrante estará bien -confirmó Germán.
               -De todos modos no lo quiero -dijo el coronel.

               Germán lo penetró con sus pupilas.
               -Dese cuenta de las cosas, coronel -insistió-. Lo importante es que sea usted quien
            ponga en la gallera el gallo de Agustín.

               El coronel lo pensó. «Me doy cuenta», dijo. «Por eso lo  he  tenido  hasta  ahora.»
            Apretó los dientes y se sintió con fuerzas para avanzar:
               -Lo malo es que todavía faltan tres meses.

               Germán fue quien comprendió.
               -Si no es nada más que por eso no hay problema -dijo.
               Y propuso su fórmula. Los otros aceptaron. Al anochecer, cuando entró a la casa con
            el envoltorio bajo el brazo, su mujer sufrió una desilusión.
               -Nada -preguntó.
            -Nada -respondió el coronel-. Pero ahora no importa. Los muchachos se encargarán de
            alimentar al gallo.














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