Page 31 - Gabriel Gacía Márquez - El coronel no tiene quien le escriba
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El coronel no tiene quien le escriba
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               A través de la ventana penetraron a la oficina los gemidos de los animales castrados
            revueltos con los gritos de don Sabas. «Si no viene dentro de diez minutos, me voy»,
            se prometió el coronel, después de dos horas de espera. Pero esperó veinte minutos
            más. Se disponía a salir cuando don Sabas entró a la oficina seguido por un grupo de
            peones. Pasó varias veces frente al coronel sin mirarlo.
               Sólo lo descubrió cuando salieron los peones.
               -¿Usted me está esperando, compadre?

               -Sí, compadre -dijo el coronel-. Pero si está muy ocupado puedo venir más tarde.
               Don Sabas no lo escuchó desde el otro lado de la puerta.
               -Vuelvo enseguida -dijo.
               Era un mediodía ardiente. La oficina resplandecía con la reverberación de la calle.
            Embotado  por  el  calor,  el  coronel cerró los ojos involuntariamente y en seguida
            empezó a soñar con su mujer. La esposa de don Sabas entró de puntillas.
               -No despierte, compadre -dijo-. Voy a cerrar las persianas porque esta oficina es un
            infierno.

               El coronel la persiguió con una mirada completamente inconsciente. Ella le habló en
            la penumbra cuando cerró la ventana.
               -¿Usted sueña con frecuencia?

               A veces -respondió el coronel, avergonzado de haber dormido-. Casi siempre sueño
            que me enredo en telarañas.
               -Yo  tengo  pesadillas  todas  las  noches  -dijo la mujer-. Ahora se me ha dado por
            saber quién es esa gente desconocida que uno se encuentra en los sueños.
               Conectó el ventilador eléctrico. «La semana pasada se me apareció una mujer en la
            cabecera  de  la  cama»,  dijo. «Tuve el valor de preguntarle quién era y ella me
            contestó: Soy la mujer que murió hace doce años en este cuarto.»
               -La casa fue construida hace apenas dos años -dijo el coronel.
               -Así es -dijo la mujer-. Eso quiere decir que hasta los muertos se equivocan.
               El  zumbido  del  ventilador  eléctrico consolidó la penumbra. El coronel se sintió
            impaciente, atormentado por el sopor y por la bordoneante mujer  que  pasó
            directamente de los sueños al misterio de la reencarnación. Esperaba una pausa para
            despedirse cuando don Sabas entró a la oficina con su capataz.
               -Te he calentado la sopa cuatro veces -dijo la mujer.

               -Si  quieres  caliéntala  diez  veces  -dijo don Sabas-. Pero ahora no me friegues la
            paciencia.
               Abrió la caja de caudales y entregó a su capataz un rollo de billetes junto con una
            serie de instrucciones. El capataz descorrió las persianas para contar el dinero. Don
            Sabas vio al coronel en el fondo de la oficina pero no reveló ninguna reacción. Siguió
            conversando con el capataz. El coronel se incorporó en el  momento  en  que  los  dos
            hombres se disponían a abandonar de nuevo la oficina. Don Sabas se detuvo antes de
            abrir la puerta.
               -¿Qué es lo que se le ofrece, compadre?

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