Page 33 - Gabriel Gacía Márquez - El coronel no tiene quien le escriba
P. 33

El coronel no tiene quien le escriba
                                                                                Gabriel García Márquez






            espejo. La momentánea frustración dé sus proyectos le produjo una confusa sensación
            de vergüenza y resentimiento.
               Hizo una corta siesta. Cuando se incorporó, el coronel estaba sentado en el patio.

               -Y ahora qué haces -preguntó ella.
               -Estoy pensando --dijo el coronel.
               -Entonces está resuelto el problema. Ya se podrá contar con  esa  plata  dentro  de
            cincuenta años.
               Pero en realidad el coronel había decidido vender el gallo esa misma tarde. Pensó en
            don  Sabas,  solo en su oficina, preparándose frente al ventilador eléctrico para la
            inyección diaria. Tenia previstas sus respuestas.
               -Lleva el gallo -le recomendó su mujer al salir-. La cara del santo hace el milagro.
               El  coronel  se  opuso.  Ella  lo persiguió hasta la puerta de la calle con una
            desesperante ansiedad.
               -No importa que esté la tropa en su oficina -dijo-. Lo agarras por el brazo y no lo
            dejas moverse hasta que no te dé los novecientos pesos.
               Van a creer que estamos preparando un asalto.
               Ella no le hizo caso.
               -Acuérdate que tú eres el dueño del gallo -insistió-. Acuérdate que eres tú quien va
            a hacerle el favor.
               -Bueno.
               Don Sabas estaba con el médico en el dormitorio. «Aprovéchelo ahora, compadre»,
            le dijo su esposa al coronel. «El doctor lo está preparando para viajar a la finca y no
            vuelve hasta el jueves.» El coronel se debatió entre dos fuerzas contrarias: a pesar de
            su determinación de vender el gallo quiso haber llegado una hora más tarde para no
            encontrar a don Sabas.
               -Puedo esperar -dijo.
               Pero la mujer insistió. Lo condujo al dormitorio donde estaba su marido sentado en
            la cama tronal, en calzoncillos, fijos en el médico los ojos sin color. El coronel esperó
            hasta cuando el médico calentó el tubo de vidrio con la orina del paciente, olfateó el
            vapor e hizo a don Sabas un signo aprobatorio.

               -Habrá  que fusilarlo -dijo el médico dirigiéndose al coronel-. La diabetes es
            demasiado lenta para acabar con los ricos.
               «Ya usted ha hecho lo posible con sus malditas inyecciones de insulina», dijo don
            Sabas,  y  dio  un  salto  sobre  sus nalgas fláccidas. «Pero yo soy un clavo duro de
            morder.» Y luego, hacia el coronel:
               -Adelante, compadre. Cuando salí a buscarlo esta tarde no encontré ni el sombrero.
               -No lo uso para no tener que quitármelo delante de nadie.
               Don Sabas empezó a vestirse. El médico se metió en el bolsillo del saco un tubo de
            cristal con una muestra de sangre. Luego puso orden en el maletín. El coronel pensó
            que se disponía a despedirse.
               Yo en su lugar le pasaría a mi compadre una cuenta de cien mil pesos, doctor -dijo-.
            Así no estará tan ocupado.

               Ya le he propuesto el negocio, pero con un millón -dijo el médico-. La pobreza es el
            mejor remedio contra la diabetes.

                                                           33
   28   29   30   31   32   33   34   35   36   37   38