Page 137 - Rassinier Paul La mentira de Ulises
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RASSINIER : La mentira de Ulises
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CAPÍTULO VI
EL COMANDANTE DE AUSCHWITZ HABLA...,
de Rudolf Höss
Desde el momento en que , apenas terminadas las hostilidades, fue revelada al mundo
la existencia de los campos alemanes de concentración – par otra parte, al mismo tiempo que
al pueblo alemán – no hubo más que un grito: nunca se había visto esto y era necesario un
genio tan demoníaco como el de Alemania para inventarlo. Nadie observó en aquel momento
que los que gritaban más fuerte eran los comunistas. Y como los comunistas añadían que se
habían comportado en ellos lo mejor posible, que gracias a ellos muchas personas destinadas
al exterminio se habían salvado de una muerte horrorosa, todo el mundo cedió a su voluntad
excepto algunas personas de carácter. La gente les creyó tanto más fácilmente porque habían
encontrado dos escritores de talento, si no de una indiscutible probidad, para responder por
ellos: David Rousset en Francia y Eugen Kogon en Alemania.
Con el tiempo, si las cosas no volvieron del todo a su orden normal, al menos la
verdad salió poco a poco a la luz.
Los historiadores, asombrados momentáneamente por la versión comunista, aunque no
se atrevieron a decir nada al estar los comunistas en el poder en la mayoría de los países de la
Europa occidental, empezaron a escribir que Alemania no había inventado los campos de
concentración, que los ingleses los habían utilizado contra los boers en Africa a fines del
pasado siglo, que los franceses habían encerrado en ellos a los españoles en 1938,
[245] que los rusos los empleaban desde 1927 y retenían en ellos hasta 20 millones de
personas, etc. En una palabra, que todos los países del mundo habían empleado esta
institución en un período u otro de su historia, v que cada vez se habían podido comprobar en
ellos los mismos horrores que en los campos de concentración alemanes, cualquiera que fuese
la forma de gobierno.
Para mí estaba clara la maniobra de los comunistas: poniendo el acento sobre los
campos alemanes, pensaban entretener y desviar la atención del mundo de los 20 millones de
personas que ellos guardaban en sus propios campos, y a las cuales imponían unas
condiciones de vida de las que los testimonios publicados hoy por algunos supervivientes
(Margareth Buber-Neumann, especialmente) han probado ampliamente que eran peores todavía
que las que nosotros conocimos en los campos alemanes. Además, al cultivar el horror
apoyándose en David Rousset y Eugen Kogon, los comunistas, cuyo tema central era: «Nunca
1
olvidéis esto» ( ), querían mantener a las potencias occidentales en estado de división, y, más
especialmente, impedir toda reconciliación entre Francia y Alemania, pilares de la unión
general.
Solamente hoy, uno se da cuenta de que en este último punto han conseguido su
propósito, y se empieza a comprender que no les ha ayudado poco su tesis sobre los campos
alemanes de concentración. En lo relativo al horror inherente a los campos de concentración,
1
También el hermano Birin, por ejemplo, incorporó la tesis de los comunistas, como ya se ha indicado en la pág.
174, nota 79. Esta excitación al odio se encuentra bajo esa u otra forma apenas diferente, en todos los libros que
han sido publicados sobre los campos de concentración alemanes, lo cual es bastante significativo para condenar
las intenciones de toda esta «literatura».
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