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RASSINIER : La mentira de Ulises
CAPÍTULO IV
UN PUERTO DE SALVACIÓN,
ANTESALA DE LA MUERTE
Cuando, el 28 de julio de 1943, llegó el primer convoy a la entrada del túnel, en los
campos de remolacha, no se habló de instalar ninguna enfermería. Sólo se habían enviado
presos de Buchenwald considerados como de buena salud y no estaba previsto que pudiesen
caer enfermos inmediatamente: en caso de que se produjese tal eventualidad, no obstante los
de la S S. tenían orden de tomar en consideración solamente los casos graves, notificarlos por
mediode un mensajero y esperar la decisión. Naturalmente, los de la S.S. nunca descubrieron
enfermedades graves: todo el que haya sido soldado comprenderá este fácilmente.
Aquel año hizo un tiempo de perros. Llovía, llovía. La pulmonía y la pleuresía se
presentaron: tuvieron buena condiciones entre estas debilitadas víctimas, mojadas a lo largo
del día y que, por la noche, dormían aún en las húmedas cavidades de la roca. En ocho días,
los infelices estaban aquejados por lo que a la S.S. le parecía una pequeña fiebre, complicada
finalmente sin que ellos supiesen exactamente el porqué. El reglamento preveía que no se
estaba enfermo por debajo de los 39,5 grados, caso en el cual se podía disfrutar de un
"Schonung" o dispensa del trabajo: en tanto que no se alcanzase esta temperatura, se estaba
astricto al trabajo, y cuando se llegaba a ella significaba la muerte.
Vino también lo que llamamos la disentería, pero que no era en realidad más que una
diarrea incontenible. Un buen día, sin razón aparente, sentía uno trastornos digestivos que se
transformaban rápidamente en una intolerancia total: por la alimentación
[107] (invariablemente nabos rehogados y pan de mala calidad) y la intemperie (una lluvia o
un resfriado durante la digestión). Ningún remedio: había que esperar a que parase – sin comer
-. Esto duraba ocho, diez o quince días, según la capacidad de resistencia del enfermo, que se
debilitaba, acababa por caer, sin tener fuerzas para moverse, ni siquiera para hacer sus
necesidades, y después era arrebatado por una fiebre combinada. Esta enfermedad,
afortunadamente más fácil de localizar que la pulmonía o la pleuresía, decidió a los de la S.S.
a tomar medidas para contenerla con los medios posibles: ordenaron la construcción de un
"Bude", en el que eran admitidos los diarreicos, a medida que había plazas disponibles, en
unos cuartos adecuados pero sin temperatura acondicionada.
El Bude podía contener unas treinta personas: rápidamente hubo cincuenta, cien y más
candidates, aumentando su número sin cesar a medida que llegaban nuevos convoys de
Buchenwald y el campo se extendía. Generalmente, los diarreicos eran enviados allí en el
último período y allí morían. Estaban aglomerados en el suelo, encajados los unos los otros,
olvidándose por debajo: era una peste. Hasta tal punto que, por motivos de higiene, la S.S.
encargó a la primera H-Führung de designar un Pfleger o enfermero para disciplinar a los
enfermos y ayudarles a mantenerse limpios. El puesto fue confiado a un verde –
¡naturalmente! – de profesión carpintero y condenado por asesinato: ¡ fue una buena faena!
Durante todo el día, se formaba la cola a la entrada del Bude: el Pfleger, con la porra en
la mano, calmaba a los impacientes. De vez en cuando era sacado un cadáver de la hediondez y
dejaba una plaza libre que era tomada al asalto. El número de diarreicos no hacía más que
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