Page 216 - Mahabharata
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                   Los pandavas se prepararon para el exilio, vistiéndose con atuendos hechos de
               cortezas de árboles y piel de ciervo, como era la costumbre. Dussasana y los otros hijos

               de Dhritarashtra se burlaron de ellos, especialmente de Bhima. Bhima estaba furioso.
               Dussasana viéndole que jadeaba de furia, le llamó « vaca ». Los otros hicieron lo mismo
               mofándose de él. Bhima estaba ya enfadado de verdad, su furia salía como un río que
               corre hacia el mar, y dijo:
                   —Creéis que no os llegará vuestro fin, sólo porque vuestro astuto tío nos ha ganado
               el reino para vosotros, ¡pero esperad!, esperad al día cuando estalle la guerra. Juro que
               mataré a los cien hijos del rey y juro de nuevo para recordároslo a todos, que me beberé
               la sangre de ese Dussasana y le recordaré este momento cuando le esté desgarrando el
               corazón; lo haré. —Bhima se paró para respirar y luego dijo—: Después de catorce años
               todos moriréis. —Bhima emprendió el camino andando a pasos largos como un león
               junto con sus hermanos.
                   Yudhishthira dejó a los ancianos, despidiéndose de cada uno de ellos. Ninguno dijo

               nada, nadie pudo. Vidura dijo:
                   —Dios os protegerá y os ayudará a cumplir todos vuestros juramentos; los hijos de
               Dhritarashtra están todos ya sentenciados. Yudhishthira, debes esperar que llegue el
               momento, de nuevo volverán los buenos tiempos. En cuanto a vuestra madre Kunti,
               dejadla aquí, ella no tiene porqué pasar los doce años en el bosque, yo cuidaré de ella. Yo
               la protegeré como a mi madre, id en paz, nos volveremos a encontrar.

                   Yudhishthira estaba complacido por el interés que mostró Vidura en cuidar a Kunti.
               Luego se postró ante Bhishma y se preparó a partir al gran exilio.
                   La ciudad estaba sumida en profundo dolor. La gente les observaba mientras cam-
               inaban por las anchas calles de la ciudad. Vieron a Draupadi con los ojos rojos por el
               llanto, su pelo largo y suelto cubría su rostro y sus hombros. También hubo otra escena
               desconsoladora: la despedida de los hermanos de su madre. Kunti los había visto el día
               anterior como reyes, mas ahora los veía sin joyas y con sus cuerpos cubiertos de cortezas
               de árbol y piel de ciervo, andando cabizbajos. Les vio despedirse de ella para irse a vivir
               al bosque como ermitaños. Vio también a Draupadi, y eso le rompió el corazón. Kunti
               cogió a Draupadi en sus brazos y le dijo:

                   —Por favor, sé amable con mis hijos, aunque son los culpables del estado en que te
               encuentras. Tú eres una buena mujer, si no hubiera sido así todos mis hijos y también los
               kurus hubieran quedado abrasados por tus miradas iracundas. Quieres a tus maridos y
               por eso están vivos. Yo te bendigo y, por favor, espera que vengan días mejores. Dejo a
               mi hijo favorito Shadeva en tus manos, sé para él una madre.
                   —Que así sea —dijo Draupadi, y se despidió de su suegra limpiándole el polvo de
               sus pies y emprendió la marcha junto con los pandavas.
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