Page 181 - Confesiones de un ganster economico
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                        contemplar cuerpos agonizantes ni de oler el hedor a carne en putrefacción ni de
                        escuchar los gritos de terror. Lo que yo hacía no era menos siniestro. Pero quedaba
                        lejos de mí, y así yo podía abstraerme de los aspectos personales, de esos cuerpos, esa
                        carne, esos gritos. Por lo ' mismo, en último análisis quizá mi delito era más grande.
                        Volví de nuevo la mirada hacia el balandro. La marea atirantaba la cadena del ancla.
                        Mary holgazaneaba en cubierta, probablemente tomándose un «margarita» y
                        esperando mi regreso para servirme otro. En aquel momento, contemplándola bajo la
                        última claridad del día, tan tranquila, tan confiada, caí en la cuenta de lo que estaba
                        haciéndole a ella y a todos los que trabajaban para mí. Estaba convirtiéndolos a todos
                        en gángsteres económicos. Hacía de ellos lo mismo que me hizo Claudine, pero sin la
                        sinceridad de Claudine. Mediante promesas de ascenso y aumentos de sueldo, los
                        seducía para que se hicieran esclavistas. Y sin embargo, ellos también eran explotados
                        por el sistema. También estaban esclavizados, lo mismo que yo.
                        Me volví de espaldas al mar, a la bahía y al cielo color magenta. Cerré los ojos a los
                        muros construidos por esclavos arrebatados a sus tierras africanas. Deseaba
                        desentenderme de todo. Cuando abrí los ojos vi un palo, casi una viga, tan gruesa
                        como un bate de béisbol y casi el doble de larga. Me acerqué de un salto, agarré el
                        palo y la emprendí contra los muros de piedra. Les di de garrotazos hasta que caí
                        agotado, y me quedé tumbado sobre la hierba, boca arriba, viendo desfilar las nubes
                        sobre mí.
                        Por último regresé adonde había dejado el bote. De pie en la playa, me quedé
                        contemplando el velero que flotaba sobre las aguas azules y supe lo que tenía que hacer.
                        Supe que estaba perdido sin remedio si regresaba a mi vida anterior, a MAIN y a todo
                        lo que ésta representaba. Los aumentos de sueldo, los planes de pensiones, los seguros,
                        los paquetes de acciones y los demás privilegios... Cuanto más lo dudase, más me
                        costaría salir.
                        Me había convertido en un esclavo. Podía seguir azotándome como había azotado
                        aquellos muros de piedra, o podía escapar. Regresé a Boston dos días más tarde. El 1
                        de abril de 1980 fui al despacho de Paul Priddy y presenté mi dimisión.































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