Page 178 - Confesiones de un ganster economico
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                        estaba estudiando esas oportunidades. Le pedí consejo.
                           —Manten los ojos bien abiertos —contestó—. Mac Hall ha perdido el contacto con
                        la realidad, pero nadie querrá decírselo... especialmente ahora, después de lo que ha
                        hecho conmigo.
                          A finales de marzo de 1980, y todavía conmocionado por estas batallas, me tomé
                        unas vacaciones en las Islas Vírgenes con mi velero y con una joven colega de MAIN
                        a la que llamaremos «Mary». Aunque no se me ocurrió cuando elegí el lugar, ahora me
                        doy cuenta de que la historia de la región fue uno de los factores que me ayudaron a
                        tomar la decisión que iniciaba la puesta en práctica de mis buenos propósitos de Año
                        Nuevo. El primer atisbo se produjo una tarde, mientras costeábamos la isla de Saint
                        John y enfilábamos el canal de Sir Francis Drake, que separa del continente las Islas
                        Vírgenes, algunas de ellas todavía colonias británicas.
                           Ese canal recibe su nombre, obviamente, por el marino inglés que fue el azote de
                        los galeones españoles. Y me recordó las muchas veces que, durante los últimos diez
                        años, había pensado yo en los piratas y demás figuras históricas que como Drake y sir
                        Henry Morgan habían robado, explotado y saqueado, y sin embargo recibieron elogios
                        e incluso títulos nobiliarios por sus actividades. A mí se me había educado en el
                        respeto a esos personajes. En consecuencia, me preguntaba, ¿por qué debía tener
                        reparos en explotar a países como Indonesia, Panamá, Colombia y Ecuador? Muchos
                        de mis héroes particulares — Ethan Alien, Thomas Jefferson, George Washington,
                        Daniel Boone, Davy Crockett, Lewis y Clark, por nombrar sólo unos cuantos—
                        fueron explotadores de indios y de esclavos negros, y se apoderaron de tierras que no
                        eran suyas. A menudo recurría yo a estos ejemplos para tranquilizar mi conciencia.
                        Pero ahora, mientras me adentraba en el canal Sir Francis Drake, comprendía lo
                        absurdo de mis pasadas racionalizaciones.
                           Recordé algunas cosas que por comodidad había preferido olvidar durante los
                        pasados años. Ethan Alien había pasado muchas semanas cargado con catorce kilos de
                        grilletes en la apestosa y abarrotada sentina de un barco-prisión inglés, y después
                        algún tiempo más en una mazmorra inglesa. Era un prisionero de guerra, capturado en
                        1775 durante la batalla de Montreal, cuando luchaba por el mismo género de libertades
                        que Jaime Roídos y Ornar Torrijos reivindicaban ahora para sus gentes. Thomas
                        Jefferson, George Washington y los demás padres fundadores se habían jugado la vida
                        por semejantes ideales. La victoria de la revolución no estaba garantizada en absoluto.
                        Ellos sabían que en la eventualidad de ser derrotados, morirían en la horca por
                        sediciosos. Daniel Boone, Davy Crockett y Lewis y Clark, también habían soportado




























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