Page 58 - Confesiones de un ganster economico
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-¡Ah! Yo tampoco soy ningún novato -se burló él-. He dado muchas vueltas por
ahí, muchacho, y voy a decirte una cosa. Me importan un comino tus descubrimientos
de petróleo y todo eso. Llevo toda la vida pronosticando cargas de electricidad.
Durante la Depresión y la Segunda Guerra Mundial, en épocas de alza y en épocas de
baja. He visto lo que supuso para Boston el llamado «Milagro de Massachusetts» de la
Ruta 128. Y puedo afirmar que la carga eléctrica nunca creció más de un siete a
nueve por ciento anual durante un período sostenido. Ni siquiera en los mejores
tiempos. Un seis por ciento sería la cifra más razonable.
Me quedé mirándole. En parte sospechaba que tenía razón. Pero me hallaba a la
defensiva y sentí la necesidad de persuadirle, porque mi propia conciencia me
reclamaba una justificación.
-Esto no es Boston, Howard. En este país la gente no había tenido electricidad
hasta hoy. Las cosas son diferentes aquí.
Él giró sobre sus talones e hizo un ademán, como para barrer mis argumentos.
-Adelante -gruñó-. Sigue vendiéndome la moto. Me importa un comino lo que
digas. -Sacó el sillón de detrás de su escritorio y se dejó caer en él antes de continuar-:
Yo haré mi pronóstico de la demanda eléctrica basándome en lo que creo, no en
ningún estudio económico de vuestra cocina -y tomó un lápiz y se puso a garabatear
en un bloc.
Era un desafío que yo no podía pasar por alto. Me planté delante de su escritorio.
-Vas a quedar como un necio si yo presento lo que todo el mundo espera, un boom
como el de la fiebre del oro de California, y tú presentas un crecimiento de la demanda
eléctrica comparado con el de Boston en la década de 1960.
Golpeó el escritorio con el lápiz y me lanzó una ojeada furibunda. -¡Falta de
escrúpulos! ¡Eso es lo que es! Tú ... todos vosotros ... -se corrigió con un aspaviento
que abarcaba la totalidad de los despachos-, habéis vendido el alma al diablo. Estáis en
esto por la pasta y nada más. Y ahora... - forzó una mueca y se llevó la mano bajo la
camisa -. ¡Ahora desconecto mi audífono y me vuelvo a mi trabajo!
Yo temblaba de pies a cabeza. Salí de estampida y enfilé hacia el despacho de
Charlie. A medio camino, sin embargo, me detuve lleno de incertidumbre. Volví sobre
mis pasos y continué escaleras abajo para salir a la luz vespertina. La bañista acababa
de salir del canal ciñéndose el sarong y el hombre había desaparecido. Unos chicos
chapoteaban en el canal chillando y echándose agua. Una vieja, sumergida hasta las
rodillas, se cepillaba los dientes, y otra se dedicaba a hacer la colada.
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