Page 59 - Confesiones de un ganster economico
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                          Sentí un nudo en la garganta. Me senté sobre una losa rota de hormigón,
                        procurando no hacer caso de la pestilencia del canal Mientras intentaba contener las
                        lágrimas, me pregunté por qué me sentía tan abatido.
                             Estáis en esto por la pasta. Las palabras de Howard resonaban en mi cabeza. Había
                        puesto el dedo en la llaga.
                          Los chicos siguieron bañándose y cortando el aire con sus risas estridentes. ¿Qué
                        hacer?, me pregunté. ¿Llegaría yo a vivir alguna vez tan despreocupado como aquellos
                        muchachos? Las dudas me atormentaban mientras contemplaba la feliz inocencia de
                        sus juegos, al parecer inconscientes del riesgo que corrían bañándose en aquellas
                        aguas fétidas. Apareció un anciano encorvado que se apoyaba en su garrote. Al ver a
                        los chicos detuvo su paseo por la orilla del canal y sonrió con su boca desdentada.
                             Quizá debería confiarme a Howard, pensé. Juntos, tal vez podríamos alcanzar una
                        solución. Al instante me sentí aliviado. Recogí un guijarro y lo lancé al canal. Al
                        disiparse la agitación del agua, sin embargo, se extinguió también mi optimismo.
                        Sabía que era imposible. Howard era un viejo amargado. Como no tenía ya ninguna
                        oportunidad de promoción, para qué iba a dar su brazo a torcer. En cambio yo era
                        joven, estaba empezando y desde luego no tenía ninguna intención de acabar como él.
                          Mientras contemplaba el maloliente canal evoqué una vez más las imágenes del
                        instituto en la colina, allá en New Hampshire, donde pasé los veranos a solas mientras
                        los demás asistían invitados a los bailes de las chicas que se presentaban en sociedad.
                        Poco a poco fui comprendiendo que, una vez más, no tenía a nadie en quien confiar.
                          Aquella noche, tumbado en la cama, permanecí largo rato recordando a las
                        personas que habían intervenido en mi vida. Howard, Charlie, Claudine, Ann, Einar, el
                        tío Frank. Me preguntaba qué habría sido de mí si no las hubiese conocido. Una cosa
                        era segura: que no me hallaría en Indonesia. También me interrogaba acerca de mi
                        futuro. ¿A dónde me llevaría todo aquello? Medité sobre la decisión que se me
                        planteaba. Según había dejado bien claro Charlie, se esperaba que Howard y yo
                        planteásemos un crecimiento anual del 17 por ciento como mínimo. ¿Qué tipo de
                        pronóstico iba a presentar yo?
                          De súbito se me ocurrió una idea que me tranquilizó. ¡Cómo no se me había
                        ocurrido antes! La decisión no era de mi incumbencia. ¿No había dicho Howard que
                        haría lo que él considerase justo, con independencia de mis conclusiones? Yo podía
                        complacer a mis jefes presentando un


































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