Page 87 - Confesiones de un ganster economico
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recursos a familias golpeadas por la enfermedad o las catástrofes. 3
Su amor a la vida y su compasión con la gente traspasaron las fronteras de
Panamá. Por iniciativa de Torrijos, el país se convirtió en refugio de perseguidos
y concedió asilo a los exiliados de los dos bandos del espectro político, desde
izquierdistas de la oposición chilena contra Pinochet hasta prófugos de la
guerrilla anticastrista. Muchos lo consideraban un agente de la paz y esa
percepción le valió los elogios de todo el hemisferio. También adquirió prestigio
como dirigente capaz de salvar las diferencias que destrozaban a tantos otros
países latinoamericanos, como Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua,
Cuba, Colombia, Perú, Argentina, Chile y Paraguay. Su pequeño país de dos
millones de habitantes pasaba por ser un modelo de reforma social y una
inspiración para líderes tan diversos como los dirigentes obreros que tramaban el
desmembramiento de la Unión Soviética y los militantes islámicos como el libio
Moammar al-Gaddafi. 4
Aquella primera noche en Panamá, detenidos frente al semáforo y mirando
más allá de las ruidosas escobillas del limpiaparabrisas, me impresionó el hombre
que sonreía desde el cartel: apuesto, carismático y valeroso. Por las horas pasadas
en la biblioteca yo sabía que había hecho honor a sus convicciones. Por primera
vez en su historia, Panamá no era un Estado títere de Washington ni de nadie.
Torrijos nunca cedió a las tentaciones ofrecidas por Moscú o Pekín. Creía en la
reforma social y en ayudar a los nacidos en la pobreza, pero no era partidario del
comunismo. A diferencia de Castro, estaba decidido a independizarse de la tutela
estadounidense sin entrar en alianzas con los enemigos de Estados Unidos.
En algún periódico de la hemeroteca me había tropezado con un artículo que
elogiaba a Torrijos como el hombre que cambiaría la historia de las Américas
invirtiendo la tradicional tendencia a la hegemonía estadounidense. En cuanto a
ésta, el autor situaba sus orígenes en la doctrina del «Destino Manifiesto». Es
decir, la creencia —muy difundida hacia 1840 entre los estadounidenses — de que
la conquista de las tierras norteamericanas obedecía a un designio divino. Era
Dios, por tanto, y no el hombre, quien había dispuesto el exterminio de los
indios, de los bosques y de los bisontes, la desecación de los pantanos, la
canalización de los ríos y la imposición de un sistema económico que requería la
explotación incesante del trabajo y de los recursos naturales.
Este artículo me llevó a una serie de reflexiones sobre las actitudes de mi país
frente al mundo. La doctrina Monroe de 1823, así llamada por su atribución al
presidente James Monroe, se aplicó a la generalización del
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