Page 92 - Confesiones de un ganster economico
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                         sería el abuelo de los pequeños. De súbito envidié la tranquilidad que expresaban
                         aquellas cinco personas. Cuando pasamos, la pareja sonrió, saludó con la mano y
                         nos dio los buenos días en inglés. Les pregunté si eran turistas y ellos soltaron una
                         carcajada. El marido se acercó.
                             —Soy de la tercera generación de habitantes de la Zona —anunció con orgullo
                         — . Mi abuelo llegó aquí tres años después de su inauguración. Conducía las
                         muías que entonces servían para remolcar los barcos por las esclusas.
                            Apuntó con un ademán al viejo, que andaba ocupado con los niños y poniendo
                         la mesa desplegable.
                             —Papá era ingeniero y yo he seguido sus pasos.
                            La mujer fue a ayudar al suegro y a los niños. A espaldas de ellos, el sol rozaba
                         ya las aguas azules. Era una escena de idílica belleza, como un cuadro de Monet.
                         Le pregunté al hombre si eran ciudadanos estadounidenses.
                            El me miró con aire de incredulidad.
                            — ¡Claro! La Zona del Canal es territorio estadounidense.
                            El chico se acercó a decirle que la cena estaba servida.
                            —¿El será la cuarta generación?
                            Mi interlocutor juntó las manos como en oración y las levantó hacia el cielo.
                            —Todos los días le rezo al Señor para que le conceda esa oportunidad. Es
                         maravilloso vivir en la Zona. —Luego bajó la voz, mirando fijamente a Fidel —.
                         Confío en que logremos mantenernos aquí otros cincuenta años. Ese déspota de
                         Torrijos está metiendo mucho jaleo. Es un individuo peligroso.
                            Obedeciendo a un impulso repentino, le contesté en español:
                            ²Adiós. Que lo pasen bien usted y su familia, y que aprendan jnucho de la
                         cultura panameña.
                            El hombre frunció el ceño.
                            —No hablo el idioma de esa gente —dijo, tras lo cual me volvió la espalda y
                         fue a reunirse con su familia y su cena.
                            Fidel se acercó y rodeándome los hombros con el brazo, dijo:
                            —Gracias.
                            Al regreso, Fidel se metió en una barriada que describió como «barrio bajo».
                            —No es el peor que tenemos, pero servirá para que se haga una idea.
                            Barracones de madera y charcos de aguas estancadas flanqueaban las calles.
                         Aquellas frágiles viviendas parecían barcas varadas en un cenagal. El olor a aguas
                         corrompidas y a podredumbre invadió el habitáculo del




























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