Page 96 - Confesiones de un ganster economico
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                             — En su país, en Estados Unidos.
                             —¿Vuestra madre trabaja aquí?
                             —Ahí enfrente. —Ambos señalaron con orgullo uno de los neones de la
                          calle—. Es camarera.
                             —Andando pues —concluyó Fidel dándole una moneda a cada uno—
                          . Pero con cuidado. No os alejéis de las luces.        i
                             —No, señor. Gracias, señor — salieron corriendo.
                            Mientras echábamos a andar de nuevo, Fidel me explicó que las mujeres
                          panameñas tenían prohibido por ley el ejercicio de la prostitución. «Pueden ser
                          camareras y bailarinas, pero no comerciar con su cuerpo. Eso se lo dejamos a las
                          importadas.»
                            Entramos en el establecimiento y fuimos abofeteados por una canción
                          popular norteamericana puesta a todo volumen. Cuando mis ojos y oídos se
                          hubieron acomodado a aquel ambiente, vi una pareja de hercúleos soldados
                          estadounidenses junto a la puerta. Policía militar, según los brazaletes que
                          ostentaban.
                            Fidel me condujo hacia el bar y entonces vi el escenario. Sobre una tarima
                         bailaban tres jóvenes completamente desnudas, excepto porque llevaba un
                         gorrito de marinero, boina verde la otra y la tercera un sombrero vaquero.
                         Tenían unos cuerpos espectaculares y reían. La coreografía representaba una
                         especie de juego entre ellas, o tal vez una competición. Por la música, el baile y el
                         escenario se creería que estábamos en una discoteca de Boston, salvo el detalle de
                         que iban desnudas.
                            Nos abrimos paso entre un grupo de muchachos que hablaban en inglés.
                         Aunque todos vestían camiseta y pantalón tejano, el corte de pelo militar los
                         delataba. Eran soldados de la base de la Zona.
                            Fidel tocó en el hombro a una camarera. Ella se volvió y se le escapó un
                         chillido de júbilo. Enseguida le echó los brazos al cuello. El grupo contemplaba
                         atentamente la escena. Los chicos cambiaron miradas de desaprobación. Me
                         pregunté si considerarían que el Destino Manifiesto incluía' a aquella panameña.
                         Ella nos condujo a un rincón y como por arte de magia lo amuebló con una
                         mesita y dos sillas.
                            Una vez sentados, Fidel cambió saludos en español con nuestros dos vecinos
                         de mesa. Éstos, a diferencia de los militares, llevaban camisas estampadas de
                         manga corta y pantalones de faena mugrientos. La camarera regresó con dos
                         botellines de cerveza Balboa y, cuando giró sobre sus talones, Fidel le dio una
                         palmada en la nalga. Ella se volvió sonriendo y le lanzó un beso. Miré a mi
                         alrededor y quedé muy aliviado al comprobar que los jóvenes del bar ya no nos
                         prestaban atención y estaban otra vez pendientes de las bailarinas.




















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