Page 99 - Confesiones de un ganster economico
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                                   Conversaciones con el General






                         L  a invitación me llegó de manera totalmente inesperada. Una mañana,

                            durante aquella visita mía de 1972, estaba sentado en el despacho que me
                         habían asignado en el Instituto de Recursos Hidráulicos y Electrificación
                         panameño, compañía de titularidad pública. Estudiaba una hoja con estadísticas
                         cuando un hombre llamó golpeando discretamente en el marco de la puerta,
                         que tenía abierta. Lo invité a pasar, felicitándome por la oportunidad de eludir
                         durante un rato la lectura de cifras. El se presentó como el chófer del general
                         y anunció que tenía orden de llevarme a una de las residencias de su jefe.
                            Una hora más tarde me hallaba sentado ante una mesita de centro. Frente a
                         mí, el general Ornar Torrijos. Vestía de modo informal, en típico estilo
                         panameño: pantalón militar caqui y camisa de manga corta azul claro con un
                         fino dibujo verde. Era alto, atlético y bien parecido. Su conversación era de
                         una campechanía insólita en un hombre con tan altas responsabilidades. Un
                         rizo de cabello oscuro le caía sobre la abultada frente.
                            Me preguntó acerca de mis recientes viajes por Indonesia, Guatemala e Irán.
                         Los tres países le fascinaban. Pero su curiosidad se centraba sobre todo en el
                         soberano iraní, el sha Mohammad Reza Pahlevi, entronizado en 1941 cuando
                         los británicos y los soviéticos derribaron a su padre acusándole de colaborar
                         con Hitler. 1
                            —¿Qué le parece? —me preguntó Torrijos—. ¡Participar en un plan para
                         destronar a su propio padre!
                            El jefe de Estado panameño estaba bien informado en cuanto a la historia
                         de aquel lejano país. Comentamos cómo se volvieron las tomas en contra del
                         sha en 1951, cuando su propio primer ministro, Mohammad Mosaddeq, le
                         obligó a exiliarse. Torrijos, como casi todo el mundo, sabía que fue la CÍA
                         quien le colgó al primer ministro la etiqueta de comunista para intervenir luego
                         y restablecer al sha en el trono. En cambio, no sabía, o al menos no mencionó la
                         parte que me había contado Claudine, con las

























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