Page 103 - Confesiones de un ganster economico
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anchas, centrales generadoras más potentes, puertos con más capacidad. Pero
esta vez será diferente. Usted me da lo que le conviene a mi pueblo, y yo les doy
todo el trabajo que quieran.
Aquella propuesta totalmente inesperada me sorprendió y me excitó.
Ciertamente contradecía todo lo que yo había aprendido en MAIN. Sin duda,
sabía que el juego de la ayuda exterior era una estafa... no podía dejar de
saberlo. Consistía en hacerle rico a él y encadenar a su país con el endeudamiento.
De manera que los panameños quedarían atados para siempre a Estados Unidos
y a la corporatocracia. Todo ello para que Latinoamérica no se saliera de la
senda del Destino Manifiesto y siguiera sometida para siempre a Washington y
a Wall Street. Yo no podía dudar de que estaba al tanto de que el sistema se
basaba en el postulado de que todos los poderosos son corruptibles, y de que su
decisión de no aprovecharse personalmente sería contemplada como un peligro,
una nueva «línea de fichas de dominó» que tal vez iniciaría una reacción en
cadena susceptible de derribar todo el sistema.
Al otro lado de la mesita estaba yo contemplando a un hombre que desde
luego había comprendido que la posesión del Canal le daba una posición de
fuerza muy especial y única, pero especialmente precaria al mismo tiempo.
Debía maniobrar con cuidado. Se había significado ya como líder entre los
líderes de los países menos desarrollados. Si estaba decidido a mantener su
posición, como su héroe Arbenz, el mundo entero sería testigo. ¿Cuál iba a ser la
reacción del sistema? O, más concretamente, ¿cuál iba a ser la reacción del
gobierno estadounidense? Los héroes difuntos abundan demasiado en la historia
de Latinoamérica.
Al mismo tiempo me daba cuenta de que las palabras de aquel hombre
ponían en tela de juicio todas mis autojustificaciones. Ese hombre tendría sus
defectos personales, pero no era ningún pirata. No era como aquellos Henry
Morgan y Francis Drake, aventureros de capa y espada que legitimaban sus
acciones de filibusteros con las patentes de corso que les concedían los
soberanos ingleses. El retrato de la valla publicitaria todavía no se había
convertido en otro de esos típicos engaños de la política: «El ideal de Ornar es
la libertad, y no se ha inventado el misil capaz de matar un ideal». ¿Acaso Tom
Paine no había escrito algo parecido?
Lo cual, sin embargo, me suscitaba algunas dudas. Es admisible que los
ideales no mueren, pero ¿y las personas que los sustentan? Che, Arbenz,
Allende. Y otra pregunta: ¿cómo reaccionaría yo si Torrijos resultaba
precipitado al papel de mártir?
Cuando nos despedimos, quedó entendido entre ambos que MAIN
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