Page 95 - Confesiones de un ganster economico
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                                          Soldados y prostitutas





                         D   espués de un jugoso bistec y una cerveza fresca, salimos del restaurante y"

                             enfilamos por una calle que estaba a oscuras. Fidel me advirtió que nunca
                         me aventurase a pie por aquellos lugares.
                            —Si vuelve por aquí, haga que el taxi vaya a recogerle a la puerta del
                         restaurante.
                            Apuntó con el dedo y agregó:
                            —Ahí, al otro lado de la verja, está la zona del Canal.
                            Siguió conduciendo hasta que vimos un solar lleno de coches. Cuando vio
                         una plaza libre hizo la maniobra. Un viejo se acercaba cojeando. Fidel se apeó y
                         le palmeó la espalda. Luego pasó la mano por el parachoques de su coche.
                            —  Cuídala bien que es mi novia —dijo al tiempo que daba propina al
                         vigilante.
                            A la salida del terreno caminamos unos pasos y de súbito nos hallamos en
                         una calle inundada de luces de neón. Dos chicos pasaron corriendo,
                         apuntándose con palos y haciendo el ruido de unos fingidos disparos. Uno de
                         ellos se dio de bruces con Fidel. La cabeza del muchacho apenas le llegaba a la
                         cadera. El chico se hizo atrás.
                            —Perdón, señor —jadeó en español.
                            Fidel apoyó ambas manos sobre los hombros del crío.
                            —No ha sido nada, hombre —dijo—. Pero dime, ¿a quién estabais
                         disparando?
                            El otro muchacho se acercó y rodeó los hombros del primero con el brazo,
                         en un gesto protector.
                            —Es mi hermano — explicó—. Lo siento.
                            No me ha hecho daño. Estaba preguntándole que a quién disparabais. Me
                         parece que yo también he jugado a eso.
                            Los dos hermanos se miraron y el mayor sonrió.
                            —  El es el general gringo de la zona del Canal. Quería forzar a nuestra
                         madre y yo lo estoy mandando de vuelta a donde debe estar.
                            —¿Y dónde debe estar? —preguntó Fidel mirándome de reojo.





















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