Page 140 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         —¿Y las moscas? —le pregunté.
                         —¡Sí! A las moscas les gusta también, y a mí me gustan
                  las moscas; por lo tanto, a mí me gusta.
                         ¡Y pensar que hay gente tan ignorante que piensa que
                  un loco no tiene argumentos! Le di doble ración de azúcar y lo
                  dejé feliz, como supongo que puede ser feliz un hombre en este
                  mundo. Desearía poder penetrar en su mente.
                         Medianoche. Otro cambio en él. Había ido yo a visitar a
                  la señorita Westenra, a quien encontré mucho mejor, y acababa
                  de regresar; estaba parado en nuestro propio portón mirando la
                  puesta del sol, cuando escuché que el loco gritaba. Como su
                  cuarto está en este lado de la casa, pude oírlo mejor que en la
                  mañana. Fue una sorpresa muy fuerte para mí, y con desagrado
                  aparté la vista de la maravillosa belleza humeante del sol po
                  niente sobre Londres, con sus fantásticas luces y sus sombras
                  tintáceas, y todos los maravillosos matices que se ven en las
                  sucias nubes tanto como en el agua sucia, para darme cuenta
                  de la triste austeridad de mi propio frío edificio de piedra, con su
                  riqueza de miserias respirantes, y mi propio corazón desolado
                  que la soporta. Llegué junto al paciente en el momento en que el
                  sol se estaba hundiendo, y desde su ventana vi desaparecer el
                  disco rojo. Al hundirse, el paciente empezó a calmarse, y al des
                  aparecer por completo se deslizó de las manos que lo sostenían,
                  como una masa inerte, cayendo al suelo. Sin embargo, es mara
                  villoso el poder intelectual recuperativo que tienen los lunáticos,
                  pues al cabo de unos minutos se puso en pie bastante calmado
                  y miró en torno suyo. Hice una seña a los asistentes para que no
                  lo sujetaran, pues estaba ansioso de ver lo que iba a hacer. Fue
                  directamente hacia la ventana y limpió los restos del azúcar;
                  luego tomó su caja de moscas y la vació afuera, arrojando poste
                  riormente la caja; después cerró la ventana y, atravesando el
                  cuarto, se sentó en su propia cama. Todo esto me sorprendió,
                  por lo que le pregunté:
                         —¿Ya no va a seguir cazando más moscas?
                         —No —me respondió él—, ¡estoy cansado de tanta ba
                  sura!
                         Desde luego es un formidable e interesante caso de es
                  tudio. Desearía poder tener una ligera visión de su mente, o de
                  las causas de su repentina pasión. Alto: puede haber, después
                  de todo, una pista, si podemos averiguar por qué hoy sus paro
                  xismos se produjeron a mediodía y no al ocultarse el sol. ¿Sería



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