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PACHA



                             El Gran Jefe nos comunica su deseo de adquirir nuestras tierras. A la vez nos expre-
                         sa su amistad y buenos deseos. Lo cual es muy amable de su parte. Comprendemos
                         que también el necesita de nuestra amistad. No podemos menos que tomar en consi-
                         deración su oferta. Entendiendo que no, bien podría venir con sus armas a quitarnos
                         nuestras tierras. Por eso le decimos:
                             El Gran Jefe puede contar con nosotros tan sinceramente como ustedes, nuestros
                         hermanos, pueden contar con el regreso de las estaciones.

                             Pero, ¿cómo es posible comprar o vender el cielo, o el calor de la tierra? No po-
                         demos imaginárnoslo, si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las
                         aguas. ¿Cómo podrán comprárnosla?

                             Cada trozo de estas tierras es sagrado para nuestro pueblo, cada brillante aguja
                         de pino, cada ribera arenosa, cada niebla en lo oscuro del bosque y hasta el zumbar
                         de cada insecto son sagrados para la memoria y el sentimiento de mi pueblo. La savia
                         que circula por los árboles lleva el recuerdo de los originarios. Los muertos de uste-
                         des olvidan su tierra natal cuando parten rumbo a las estrellas. En cambio, nuestros
                         muertos nunca podrán olvidar esta generosa tierra, Pachamama, que es la madre de
                         todos nosotros. Somos parte de ella y ella es parte nuestra. Las flores perfumadas son
                         hermanas nuestras, el cerdo, el caballo, el águila son hermanos nuestros. Los cerros
                         escarpados, las laderas humedecidas por el rocío, el calor del cuerpo del caballo y el
                         del hombre, todos somos una misma familia.
                             El Gran Jefe nos dice que a cambio de las tierras que le vendamos, nos reserva
                         otras donde podamos vivir en paz. El dice que sería nuestro padre y nosotros sus hijos.

                             Pero el deseo de comprar nuestras tierras, oferta que no podemos dejar de con-
                         siderar, se nos hace difícil de entender, estas tierras son sagradas para nosotros. Las
                         cristalinas aguas de ríos y arroyos no son solo agua, son también la sangre de nuestros
                         antepasados. Si les vendemos nuestras tierras tendrán que recordar que son sagradas
                         y enseñar a sus hijos que lo son, que los que se reflejan en sus aguas son los hechos
                         y recuerdos de nuestra gente. Porque las que murmura el agua son las palabras de
                         mis padres. Porque los ríos, nuestros hermanos, sacian nuestra sed, llevan nuestras
                         canoas, alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras, tendrían que re-

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