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La tierra no pertenece al hombre, sino el hombre a la tierra. Todo está unido como
una familia por la sangre. El hombre no tejió la tela de la vida, él solo es un hilo. Lo que
le hace a la tierra se lo hace a sí mismo, lo que haga con ella, lo hará consigo, también
ustedes pueden llegar a sufrir la suerte que sufren nuestras comunidades.
Sigan contaminando su lecho y una noche se asfixiarán en su propio desierto.
Cuando los peces sean exterminados, los caballos salvajes domesticados, saturados
por el hombre los mas recónditos rincones de los bosques, el follaje y la maleza ha-
brán desaparecido… el águila se habrá ido. La vida dejará su lugar a la supervivencia.
Estas cosas escapan a nuestro entendimiento. Quizá podríamos comprenderlo si
supiéramos cuales son los anhelos de ustedes, que esperanzas transmiten a sus hijos
en las largas noches de invierno, que porvenir bulle en sus pensamientos. Pero somos
salvajes, los sueños de ustedes nos están vedados y no nos queda sino seguir nuestro
propio camino.
Consideramos la oferta del Gran Jefe. Si llegamos a un acuerdo será para asegurar
nuestra conservación, tal vez en la reserva que nos ha prometido podamos pasar el
poco tiempo que nos queda. Cuando el originario desaparezca de estos lares y su
recuerdo solo sea la sombra de una nube sobre la pradera, el espíritu de mi gente se-
guirá impregnando esta tierra a la que amamos como ama el recién nacido los latidos
del corazón de su madre.
Si les vendemos estas tierras, ámenlas como nosotros, desvélense por ellas como
nosotros, manténganlas tal cual como las entregamos:
Presérvenlas para sus hijos y los hijos de sus hijos .
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