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Los clientes de la trata y el comercio sexual, en general, están en sus hogares con sus esposas e hijas/os, en sus
empresas respetables y en las iglesias dando o recibiendo misa. Trabajan en juzgados, escuelas, universidades,
hospitales, como programadores, están en todas partes.
En el discurso de los clientes del comercio sexual se evidencía la práctica de la sexua-
lidad para reafirmar su poder.
En una sociedad en donde algunos varones van perdiendo poder debido a los mecanismos de explotación econó-
mica, ideológica y, en ocasiones, por los avances del feminismo en los derechos de las mujeres, como respuesta,
ejercen más violencia en el comercio sexual, la familia y la sociedad en general. La sexualidad y la violencia hacia
las mujeres deben de ser comprendidas como un sistema de poder. La prostitución limita seriamente la posibilidad
de crear relaciones con equidad, respeto y honestidad entre hombres y mujeres en todos los aspectos de la vida.
En la sociedad se educa a hombres y niños para creer que las mujeres y niñas son objetos sexuales para su utiliza-
ción, en lugar de seres humanos iguales a ellos. Lydia concluye que la mayoría de los hombres son esclavos de una
cultura de la masculinidad que no ha sido cuestionada por ellos mismos, ni tampoco por quienes detentan el poder
en instituciones diversas, para impulsar trasformaciones culturales. Es penoso que los líderes religiosos, en lo ge-
neral, se encuentren “ciegos” ante esta problemática y continúen con la emisión de normas morales que favore-
cen la obediencia, el sometimiento, desprecio y control del cuerpo de las mujeres.
Directores, guionistas, productores de cine, televisión y comerciales; editores de revistas impresas, electrónicas y
la prensa escrita, perpetúan en mayor o menor medida los valores del machismo y la violencia sexual, ya sea de
manera sutil o evidente. Inclusive la propia academia y las instituciones de salud, en términos generales, no han
sido capaces de revisar sus valores patriarcales, sus reivindicaciones de roles y conductas de género.
Para poder hacer algo de peso respecto a la prostitución y la trata, es esencial reconocer el papel de los clientes.
Ellos tienen que asumir la responsabilidad de sus actos. En general prefieren pagar por sexo, antes que invertir en
una relación interpersonal.
Es indispensable que los hombres descubran nuevas formas de convivencia en las que
pornografía, violencia y sexismo no sean la guía de su vida erótica ni de su relación con
las mujeres y los hombres.
Son pocos los hombres que trabajan contra la violencia hacia las mujeres y la trata, tampoco hay muchos que se
pronuncien sobre la inminente necesidad de transformar la masculinidad, volverla más humanizada y menos cosi-
ficada y cosificadora.
La industria sexual
Lydia Cacho enfatiza que el crimen organizado que compra y vende esclavas sexuales no está conformado por
grupos aislados, perdidos y escondidos bajo la tierra, sino que son miembros activos de una industria, y deben
estudiarse como tales. Hay que buscar entre abogados, dueños de bares, salas de masaje, cantinas y restaurantes,
así como investigar a los dueños de productoras de pornografía, empresarios de casinos y propietarios de maqui-
ladoras y hoteles. Como otras industrias, la esclavitud se potenció gracias a la liberalización económica global. La
explotación sexual es la máxima expresión de la industria de la esclavitud, toma sus principios del modo de pro-
ducción capitalista que procura la consecución de un beneficio aumentando los ingresos y disminuyendo los gas-
tos. Con sus estrategias logran que mujeres y niñas trabajen gratuitamente durante los primeros años, con lo que
las ganancias se potencian y los costos se amortizan con rapidez.
Cuanto más se legitima y populariza la pornografía, más se normaliza la violencia contra
las mujeres y la sociedad es menos sensible a la explotación sexual.
Las redes criminales se mueven como leopardos, mientras los operadores contra el crimen organizado, como elefan-
tes viejos y pesados. Las redes de trata carecen de burocracia, principios y son amorales. Tienen reglas operativas
claras y códigos.
GÉNERO Y SALUD en cifras
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