Page 133 - Desde los ojos de un fantasma
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—Un té de limón con gota y media de saudade —respondió Gio sin dudarlo un

               segundo.

               —¿Y cuando estoy feliz? —cuestionó un parroquiano que hasta ese instante se
               había mantenido callado.


               —A ti, Rafa, cuando estás contento te va muy bien un exprés doble.


               De un momento a otro La Escalera se convirtió en una olla de grillos. Todos los
               clientes alzaban la voz para interrogar a Gio, quien, después de una breve mirada
               a los ojos de su interlocutor, le indicaba qué bebida le correspondía de acuerdo
               con su estado de ánimo. Cada caso era diferente. A alguien que estaba viviendo
               un momento triste podía caerle muy bien un jugo de piña con dos gotas de

               saudade, mientras que la misma mezcla podía funcionar para otro que acabara de
               sacarse el premio gordo de la lotería y estuviera rebosante de felicidad.

               Recomponiendo el famoso dicho que compara cabezas y mundos, se podría

               afirmar que los camareros lisboetas sabían perfectamente que cada garganta es
               un universo.

               —Creo que nos estamos desviando un poco del tema —dijo Enrique Alves para

               apaciguar el interrogatorio al que estaban sometiendo a Gio.

               —En descargo de todos mis compañeros de profesión, solo quiero agregar una
               última cosa —anunció el encargado de La Escalera, que ahora incluso parecía

               gozar su condición de centro de todas las miradas—: los cantineros de Lisboa,
               herederos de la bellísima responsabilidad de equilibrar el temperamento de la
               ciudad, siempre nos hemos manejado con total profesionalismo. Suministramos
               saudade únicamente a quien nos la solicita (aunque la solicitud nos llegue casi
               siempre de manera inconsciente). En resumen: somos tan solo un vehículo de la
               naturaleza. Igual que el árbol que produce oxígeno o que el sol que nos regala su
               luz y su calor.


               —¡Pero este hombre, además de cantinero, es un poeta! —exclamó llena de
               emoción la vendedora de diarios.


               —Gracias, María, pero creo que no es para tanto —agradeció Gio sin poder
               ocultar el orgullo que sentía ahora que el secreto del abasto de saudade había
               salido a la luz.
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