Page 55 - Desde los ojos de un fantasma
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Los pequeños hacían un gran esfuerzo pero las noticias y fotografías que
llegaban desde aquellos sitios no fomentaban la imaginación.
Yaundé no era más una ciudad construida por bloques de chocolate, ni Barcelona
un lugar diseñado por duendes locos, ni Jalapa una nube enmarañada de lindas
callejuelas. Poco a poco las grandes ciudades del mundo sufrían la invasión de
horribles edificios de ventanales plateados. Incluso pequeñas poblaciones donde
jamás habían existido construcciones de más de tres pisos, ahora mostraban (con
supuesto orgullo) horribles réplicas de aquellos brillantes esperpentos.
También Sara hacía su máximo esfuerzo pero cada vez era más difícil conseguir
algo medianamente aceptable.
—¿Y cómo es Montevideo?
—Igual que todo el mundo, supongo. Antes tenía su gracia pero la última vez
que fui lo encontré muy cambiado —le contó Oliverio, un amigo uruguayo de
once años.
—Es una pena.
—Antes Montevideo parecía un muestrario de palmeras. Veías palmeras por
todas partes. También había un edificio altísimo que de tan feo ya era bonito.
Parecía una construcción dentro de otra construcción dentro de otra
construcción…
—¿El Palacio Salvo? —preguntó Sara.
—Sí, así se llamaba.
—Espera —dijo la pequeña, y entonces se acercó a la pared en donde estaban los
dibujos de las Ciudades Habladas. Despegó uno en el que se veía un edificio que
parecía hecho de arena y conchitas de mar, adornado con múltiples ventanas y
arcos y coronado por una antena de metal.
—¿Qué te parece? —preguntó mientras le extendía el dibujo a su amigo.
—¡El Palacio Salvo! ¡Es idéntico! Espantoso y muy bonito al mismo tiempo.
—Como las chupachups picositas.