Page 37 - ¿Quién fue mi abuela Emilia?
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DESAFORTUNADAMENTE a Emilia le tocó ser mujer en una época en que las
mujeres, si bien les iba, apenas podían estudiar hasta sexto de primaria. En la
época de la Revolución, la primaria se dividía en elemental, de primero a cuarto
grado, y superior, de quinto a sexto. Casi todas las escuelas separaban a los
alumnos por sexo: niños y niñas no tomaban clases juntos, e incluso aprendían
con libros diferentes. Posteriormente se pasaba a lo que se llamaba educación
preparatoria, que duraba dos años. Luego venían los estudios universitarios, que
eran casi exclusivos de los varones —es increíble que al cabo de apenas un siglo
haya casi tantas mujeres como hombres en todos los niveles de la educación—.
Pero Emilia no llegó tan lejos: estudió la primaria en una escuela de Tacubaya, y
luego ya no siguió estudiando. Después de la primaria cualquier otra educación
para la mujer era considerada una pérdida de tiempo (supongo que dirían aquel
refrán machista de “Mujer que sabe latín ni se casa ni tiene buen fin”). En todo
caso, en esa época la mujer tenía que contribuir a la economía familiar mientras
no se casara.
Las condiciones de vida de la familia obligaron a Emilia a trabajar y a abandonar
sus estudios. Así, le tocó trabajar como dependienta en la tlapalería de la colonia
Juárez. Fue ahí donde a sus dieciséis años se fijó en ella un vecino que vivía en
la colonia y era cliente habitual de la tlapalería. Era un hombre veintiocho años
mayor que ella, amigo de su padre, quien era solo un poco mayor que él. Ese
señor se llamaba Jesús Ortiz Gutiérrez, y fue mi abuelo.
Jesús (o Chucho, como le dijeron siempre su familia y sus amigos) tenía un
negocio de iluminación en la calle de Independencia, en el Centro. Hoy en día
siguen existiendo muchos negocios del ramo en esa calle. Supongo que se
trataba de un negocio que gozaba de gran bonanza en aquel entonces, pues
apenas años antes, durante el Porfiriato, había empezado a ponerse alumbrado
eléctrico en la ciudad de México. En 1881, Porfirio Díaz había mandado colocar
las primeras lámparas “de arco” en el Zócalo; más tarde, en la Alameda y el
Paseo de la Reforma, y posteriormente se fue generalizando a todas las calles de
la ciudad.
Para las fiestas del centenario, en 1910, el gobierno le pidió a mi abuelo que se
encargara de la iluminación especial que tendrían el Palacio Nacional y el
Zócalo. Hoy en día ese tipo de iluminación se ve todos los años durante las