Page 33 - ¿Quién fue mi abuela Emilia?
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de la Cruz, entre ellos el que empieza con el famoso verso “Hombres necios que

               acusáis a la mujer sin razón”. Todos esos poetas eran muy populares; en ese
               entonces los poetas eran tan populares como hoy lo son los actores de cine o de
               televisión. Y todos esos poetas eran talentosos, pues su poesía ha resistido tan
               bien el paso del tiempo que todavía los seguimos leyendo. Eso indica que mi
               abuela tenía buen gusto en poesía.


               También fue en su infancia cuando Emilia aprendió a jugar ajedrez, cosa rara en
               una niña. Muchos años después me enseñaría a jugar. Al principio me ganaba
               siempre —debo confesar que a mí me daba un poco de coraje, porque no me
               gustaba perder—, y solo tras mucho jugar con ella pude jugar a su nivel y
               ganarle. Después de mi abuela, he conocido a pocas mujeres que jueguen
               ajedrez, y todavía no tengo una explicación para ello. A ella le había enseñado a
               jugar Francisco Zubieta, el tío Paco, esposo de Noemí, la tía Mimí, hermana de
               Matilde. Paco era un caricaturista político bastante conservador y reaccionario
               que publicaba cartones en contra del gobierno de Madero en algunos de los
               periódicos de la capital. Al triunfo de Huerta, Paco consiguió un “hueso” en
               alguna universidad… Seguramente ser caricaturista no le daba para vivir. Sin
               embargo, su posición antimaderista debió de haber sido muy controvertida en
               una familia que estaba completamente a favor de Madero. En todo caso, eran
               años de una gran convulsión política, por lo que la familia no podía sustraerse a

               la discusión y a la toma de posiciones a que había orillado la Revolución (y en
               todas las familias hay opiniones encontradas sobre política).

               El padre de Emilia, Carlos, era un hombre emprendedor, pero nunca le salieron

               los negocios. Durante muchos años tuvo una tlapalería en la calle de Lisboa, en
               la colonia Juárez, donde vendían pinturas, aceites, todo tipo de materiales y
               utensilios para pintar y construir. Esa tlapalería terminó quemándose hacia
               inicios de los años veinte, debido, se dice, a un accidente causado por algún
               empleado pirómano.


               Después del fracaso de la tlapalería en 1925, Carlos decidió abrir una panadería
               en El Oro, un pueblo que se encuentra en el Estado de México, muy cerca del
               límite con Michoacán. La panadería se llamaba La Perla de Occidente, en honor
               a Guadalajara, su tierra natal. En esa aventura lo acompañaron Matilde, su
               esposa, y sus hijos Amparo, Rosa y Porfirio


               El Oro era entonces un pueblo minero muy próspero, que solo conoció la
               decadencia después de 1940, cuando el mineral empezó a terminarse. Este
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