Page 32 - ¿Quién fue mi abuela Emilia?
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nos balanceábamos y ella cantaba:
¡Aserrín! ¡Aserrán!
Los maderos de san Juan
piden pan y no les dan,
piden queso, les dan un hueso,
y se les atora en el pescuezo…
Luego nos hacía cosquillas y nos moríamos de la risa. También nos enseñó otras
canciones, como “Matarilerileró”, “Tengo manita”, “Los diez perritos”, “Soy
cojo de un pie” y otras tantas que probablemente los niños de hoy en día no
cantan más.
Seguramente su infancia transcurrió con las mismas peleas y complicidades que
pudo haber habido en una familia de seis hermanos, aunque también debió de
haber algunas dificultades. En una foto en que aparece todavía adolescente junto
a una amiga, le escribe a su hermana: “Amparo: para que recuerdes el día de
nuestras penas. Emilia”. Quién sabe a qué penas se referiría, pero sin duda debió
de haberlas, porque su infancia también estuvo marcada por la muy prematura
muerte de su hermano Rodolfo. Siendo él un adolescente de catorce años, murió
de apendicitis, una enfermedad que provoca un dolor muy agudo en el abdomen
y que, incluso hoy en día, si no se trata a tiempo, puede ser mortal. A él no se la
trataron a tiempo y murió. Había sido un niño muy inteligente, creativo y muy
querido por su familia.
En su infancia, Emilia aprendió a tocar el piano e incluso le gustaba cantar, pero
sobre todo le gustaba la poesía. A los quince años hizo un álbum en el que
transcribió a mano unos ochenta de sus poemas favoritos, de algunos de los
poetas más populares en ese entonces: Rubén Darío, María Enriqueta, Juan de
Dios Peza, Luis G. Urbina, Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo, Enrique
González Martínez, y muchos de Manuel Gutiérrez Nájera —sin duda, uno de
sus poetas favoritos—. Igualmente, transcribió varios poemas de Sor Juana Inés