Page 17 - Llaves a otros mundos
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Pero la tentación era mucha. Ana no había tenido la oportunidad de despedirse
de sus amigas. Especialmente de Brenda. Podía hacerlo en ese momento.
Escribirles un correo electrónico, o quizás hasta chatear con ellas. Solo tenía que
entrar a internet con la conexión telefónica de su nueva habitación.
Se armó de valor y abrió nuevamente la computadora. Oprimió el botón redondo
de encendido. Tenía la batería descargada. La esperanza de Ana se apagó de
momento, pero se le ocurrió que si la computadora había aparecido en una caja,
el cargador debía de estar en alguna otra.
Miró a su alrededor. Después salió de su cuarto y recorrió el pasillo: la cocina, a
la derecha; el baño, a la izquierda, y el pequeño espacio antes de la puerta
principal que correspondía a una sala. Ana no veía nada más que cajas. Se asomó
en algunas de ellas, e incluso las cajas contenían más cajas. Tantas cajas y
ordenadas tan propiamente le hicieron dudar si en verdad la mudanza había sido
tan intempestiva como lo había creído desde el inicio. Era cierto que su madre
era una experta en la organización y el orden, pero hasta ella tenía sus límites.
Ana llegaba a estas conclusiones cuando su mamá salió de su cuarto, todavía con
la caja de trastes en la mano.
—Número equivocado. ¿Quieres mole para comer? —preguntó.
—Ma, estás loca. Mejor unas pizzas y ya.
Su mamá se resignó y se fue a seguir acomodando. Ana se asomó por la ventana
de la sala y vio a un pequeño grupo de niñas y niños, más o menos de su edad,
vestidos con el mismo uniforme de escuela.
Al verlos, Ana se imaginó lo que estaría haciendo su mejor amiga, Brenda. Ellas
vivían a tres cuadras de distancia y habían estado juntas desde que eran bebés.
Brenda iba por Ana en las mañanas, y Ana acompañaba a Brenda a su casa
después de clase. Fue un acuerdo que ninguna de las dos había propuesto, pero
que nació como un rasgo más de su amistad. En ese mismo instante Brenda
debía de estar tocando el timbre de su casa. Quizás no encontraría a nadie. O su
papá saldría en la bata gris que siempre usaba en las mañanas y le diría: «Se
fueron» sin poder explicar por qué. Ana imaginó a Brenda desconcertada,
caminando sola hacia la escuela. «Tengo que escribirle», pensó, pero no se
movió de la ventana. Seguía mirando a los niños. Se perseguían entre ellos, y
hasta el décimo piso llegaba el sonido de sus risas lejanas.