Page 22 - Llaves a otros mundos
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Siempre rondaba por ahí un gato, Pelusa.
Pasaba horas escuchando a su abuelo enumerar lo que antes podía comprarse con
un peso, y a su abuela contar las travesuras de su mamá.
—Ah, qué Rosa Elvira. Si la hubieras conocido no la reconocerías, hijita.
Ana solía pasar las manos por los rostros de sus abuelos, cálidos y llenos de
arrugas. Sentía que tocaba un árbol enorme lleno de manzanas.
En ese momento se dio cuenta de cuánto los extrañaba, y quiso llamarles. Se
apartó de la ventana y buscó el teléfono. Estaba levantando el auricular cuando
escuchó un “pssst”.
Volteó hacia el lugar de donde provino aquel sonido. No vio nada. No le dio
importancia y se acercó de nuevo el auricular.
—¡Pssst!
Otra vez. Y en eso vio a una rana que apareció un instante en su ventana.
— ¡Pssst, Ana! —y desapareció.
Se apresuró hacia la ventana. Miró hacia abajo y vio que la rana seguía saltando
para alcanzarla.
—¡Ana, ven!
Solo podía escuchar dos palabras de la rana en cada salto.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Cómo sabes que me llamo Ana? —preguntó
cada vez que el pequeño anfibio llegaba hasta su altura.
—Muchas preguntas… Ven conmigo… Contestaré todo… Por favor… ¡Me
canso! —le dijo la rana en cinco saltos.
Un salto después, la rana le escupió una piedrita café. Ana la recogió del suelo y
con un poco de asco la revisó. En realidad no era una piedra: era una semilla de
tamarindo.
Ana no sabía si era una semilla de tamarindo del jardín de su casa o si era una