Page 24 - Llaves a otros mundos
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Ana pensó: «No… no puede ser». Como no dijo nada, la rana siguió hablando.


               —Una tarde que jugábamos en la cocina se nos cayó su florero favorito.
               Enterramos los pedazos en las macetas del pasillo.


               Ana se mareó. ¿Era posible? ¿Su padre convertido en un pequeño y débil
               batracio? Era demasiado. Después de la mudanza y de la cólera de su madre, al
               ver a su papá en ese estado le daban ganas de llorar. El anfibio, con voz suave,
               quiso reconfortarla.


               —No llores, Anita. No pasa nada, es algo temporal. En realidad, tu madre y yo
               sabíamos que esto iba a suceder tarde o temprano. Voy a estar bien, lo prometo.


               A Ana le saltó una duda en el corazón.


               —¿Fue por mi culpa?


               —¡Cómo crees, hija! —dijo la rana—. Por favor sácatelo de la cabeza. Esto no
               tiene nada que ver contigo, es asunto de nosotros. Perdónanos si te hemos hecho
               pensar eso.


               Ana quiso abrazar a su papá, pero no supo cómo.


               —¿Te tiene que besar mi mamá para que vuelvas a ser humano?


               La rana se rio.


               —No soy un príncipe, hija: soy empleado de una farmacia. Y para ser francos,
               Elvira no es ninguna doncella dulce y cantarina.

               A Ana no le gustó ese comentario. Si bien sus papás tenían sus diferencias,

               nunca hablaban mal uno del otro frente a ella.

               —¿Qué te pasó? —preguntó Ana—, no entiendo.


               La rana se puso seria.


               —Justo por eso he venido a verte. Bueno —dudó—, también he venido a que me
               ayudes a volver a ser humano. No sabía que un batracio tuviera tantos enemigos
               depredadores. Vamos a tu cuarto y te cuento en el camino.
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